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Economía

A 31 años de la caída de la Unión Soviética: El colapso de la economía planificada y el fracaso del comunismo

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Hace tres décadas colapsó definitivamente el experimento socialista en Rusia, dejando consigo un prontuario de atraso económico y social. La caída de la cortina de hierro dejó en evidencia el fracaso del intervencionismo estatal y la planificación centralizada. 

Un 25 de diciembre de 1991 se disolvía felizmente la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), tras un largo proceso de agonía económica e inestabilidad política prolongada.

El derrumbe de la URSS marcó el fin de la dictadura totalitaria en Rusia y algunos de los países colindantes. Se trata del régimen por excelencia que abolió casi por completo la libertad económica, la libertad civil y la libertad política sobre todas aquellos países que aglutinó. Dejó en manifiesto el fracaso de la ideología comunista y la planificación centralizada como una alternativa de organización social

La caída definitiva de la cortina de hierro inspiró la necesidad de reformismo no solamente en las economías post-soviéticas, sino también en múltiples países con economías emergentes y con severos desequilibrios en América Latina, Asia y África.

Del auge al estancamiento de la economía socialista

La economía soviética comenzó a mostrar indicios claros de agotamiento en el nivel de producción de bienes y servicios desde la segunda mitad de la década de 1970, y para 1980 el estancamiento era innegable

Las tímidas reformas al sistema ensayadas por la administración de Nikita Jrushchov, entre ellas la reforma salarial de 1956 y la descentralización por la reforma Liberman de 1965, terminaron por fracasar al no ser capaces de cumplir su único cometido: sostener el crecimiento de la economía a largo plazo. 

Sin un sistema de precios capaz de reflejar las preferencias de las personas y frente a la total carencia de incentivos compatibles con la iniciativa individual, la economía planificada no fue capaz de identificar eficientemente ni cuánto, ni cómo, ni qué producir exactamente.

Este fue el principal problema que el socialismo jamás pudo resolver: la incapacidad de reemplazar al sistema de precios por alguna otra alternativa capaz de proveer la misma información. Simplemente se establecieron pautas de producción dentro de programas quinquenales, y los ciudadanos eran reducidos a ser materia prima dentro de un plan de acción. 

Mientras que en una economía moderna el capital fluctúa entre sectores a través de las señales que marca el sistema de precios, en un régimen planificado por el Estado las asignaciones se realizan con criterios políticos, con pautas arbitrarias o incluso con tecnicismos que no cuentan con la suficiente información. 

La Unión Soviética experimentó un vigoroso crecimiento económico entre las décadas de 1950 y 1960, ya que aún asignando arbitrariamente los recursos, el Estado creó desde cero sectores que de otro modo hubieran sido impensables (por ejemplo el desarrollo de la industria pesada en un país que originariamente fue agrícola). Pero una vez pasados los efectos de corto plazo, el sistema económico se estancó por la acumulación de todas aquellas ineficiencias que no podían detectarse sin un sistema de precios

Sin sistema de precios, resultó completamente imposible evaluar el sentido económico de los sucesivos proyectos arbitrarios que determinaban los planes quinquenales. La Unión Soviética enfrentó un largo proceso de descapitalización y atraso tecnológico, que culminó con el estancamiento de la productividad de los factores de la economía. De esta forma, el auge de los años 60s se convirtió en un pesado estancamiento. 

El colapso definitivo

El derrumbe definitivo de la economía planificada se produjo cuando fue imposible sostener una situación de estancamiento productivo, y al mismo tiempo un fuerte desequilibrio de “sobrante monetario”

Este fenómeno se produce cuando el Estado expande la oferta monetaria pero los actores de la sociedad no son capaces de hacer fluir esos los recursos para comprar bienes o servicios debido a controles de todo tipo: precios fijados arbitrariamente y/o cantidades estrictamente reguladas

Se produce así una suerte de inflación reprimida típica de las economías planificadas, como resultado de una descoordinación de asignaciones arbitrarias entre fijación de precios y cantidades, y fijación de la expansión monetaria. 

La URSS se vio obligada a reintroducir el sistema de racionamiento por tarjetas desde finales de los años 60s y principios de los 70s, en respuesta a los alarmantes episodios de desabastecimiento. Los bienes comenzaron a escasear a lo largo y ancho del país. Como respuesta no quedó más remedio que reducir por la fuerza el consumo de las personas, y subordinarlas a la subsistencia. 

Las reformas económicas de la Perestroika en la dirección de Mijaíl Gorbachov trataron de aminorar el faltante de bienes. En diciembre de 1990 la Unión Soviética aprobó una reforma monetaria, y en abril de 1991 los precios oficiales se dispararon un brutal 63,5%.

Pero la reforma Gorbachov fracasó. La economía entró en recesión ante la imposibilidad de solventar las ineficiencias del sistema, el desabastecimiento persistió, y la actividad industrial se derrumbó un 21% entre diciembre de 1988 y diciembre de 1991. Y frente al fracaso de las reformas, la dictadura enfrentó un colapso político que acabó con la disolución del régimen el 25 de diciembre.

Derrumbe del sistema económico socialista entre las décadas de 1980 y 1990.

El sistema de represión de precios colapsó en enero de 1992, y el IPC se disparó un 245% solamente en ese mes. La depresión económica se profundizó a la par del estallido inflacionario. Los intentos reformistas del primer presidente de la recién creada Federación Rusa, Borís Yeltsin, fueron limitados y opacados por la supervivencia de la Constitución Socialista de 1978. 

Tras una severa crisis política entre septiembre y octubre de 1993, Yeltsin logró eliminar el socialismo de la Constitución y sentó las bases para la transformación económica y social de Rusia. Los precios retornaron progresivamente a la estabilidad a partir de 1995 y la actividad económica salió de la depresión en 1996. 

“Tenemos mucho de todo: tierra, petróleo, gas, otras riquezas naturales, y tampoco Dios nos ofendió en cuanto a inteligencia y talentos. Pero vivíamos bastante peor que en los países desarrollados. La razón de esto era evidente: la sociedad estaba asfixiada por las tenazas de un sistema burocrático y autoritario. Así no se podía seguir viviendo, todo tenía que cambiar radicalmente”, admitió Gorbachov en su discurso de renuncia en diciembre de 1991.

Pobreza y marginalidad social

Formalmente la Unión Soviética negó sistemáticamente la existencia de la pobreza, que era entendida como un problema de corte ideológico y asociado exclusivamente a la economía de mercado. Bajo una “sociedad socialista justa”, se pretendía imposible la sola existencia de “pobreza” propiamente dicha.

Sin embargo, el régimen comenzó a reconocer a los así llamados “pobres de ingresos” a partir de la década de 1970. El investigador estadounidense A. McAlley encontró que, bajo un umbral de 50 rublos, el 69,5% de la población soviética vivía en pobreza hacia el año 1958, y cerca entre el 35% y el 40% para 1968 utilizando una canasta más baja de 30 rublos mensuales. 

Hacia 1988 el Comité Estatal de Estadística de la Unión Soviética comenzó a medir oficialmente el “presupuesto mínimo del consumidor”, bajo el cual se estudiaba el nivel de vida. Para 1989 la cantidad de personas por debajo de este umbral representó el 25% de la población soviética según cifras estrictamente oficiales

La situación empeoró todavía más entre 1990 y 1991, y el Comité Estatal reconoció que hasta el 30% de la población soviética percibía ingresos mensuales por debajo de la subsistencia. Hasta 90 millones de personas, en plena economía socialista y bajo un pretexto de “igualdad social”, no cumplían estándares mínimos de calidad de vida.

Economía

¿Nueva guerra comercial con China? Biden apunta a triplicar los aranceles para la importación de acero y aluminio

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La administración Biden amenaza con lanzar una nueva ofensiva arancelaria contra el ingreso de productos chinos, una maniobra que podría conducir a una pronta respuesta por parte del gigante asiático.

El giro proteccionista de la Casa Blanca bajo la presidencia de Joe Biden se hace cada vez más evidente. Pese a prometer lo contrario en su campaña electoral, Biden promete redoblar los aumentos tarifarios contra China y otros países del mundo.

Hasta ahora, las medidas proteccionistas del Gobierno se focalizaron en subsidios encubiertos, como por ejemplo los dispuesto en la llamada “Ley de Reducción de la inflación” del 2021. Pero esta vez se estudia abiertamente un nuevo rediseño del sistema arancelario.

El Presidente Biden propuso triplicar el arancel de importación para el acero y el aluminio provenientes de China, del 7,5% al 25%. Esta resolución amplía una anterior que ya había adoptado el expresidente Donald Trump, en virtud de la Sección 232 de la Ley de Expansión Comercial (establecida en 2018). Pero la ley sancionada durante la administración anterior sólo alcanzaba a unos productos específicos, y la propuesta de Biden es generalizar el aumento arancelario sin excepción en todo el sector.

Estados Unidos se constituye actualmente como el cuarto productor mundial de acero, mientras que China ocupa el primer lugar. Semejante participación en el mercado haría muy efectivo el impacto de un arancel sobre la importación de China (con beneficios positivos para la industria local), pero este tipo de medidas resultan en su mayoría estériles, debido a que se espera una pronta respuesta por parte de China y la situación volvería al punto de inicio (o aún peor debido a la persistente volatilidad).

Siguiendo el mismo patrón, la administración Biden intervendrá deliberadamente en la adquisición de US Steel por parte de inversores japoneses, un acto populista y desesperado en medio del clima de la campaña electoral.

Asimismo, el Presidente Biden propuso incrementar los aranceles para la importación de madera canadiense del 8% al 14%, sin ningún tipo de justificación convencional. Esto supone un golpe hacia uno de los mayores socios comerciales de Estados Unidos en la región.Queda en evidencia que la política comercial de Biden no se limita exclusivamente a China.

Biden despliega este paquete de propuestas como respuesta a las medidas prometidas por Trump, entre las cuales se encuentra el establecimiento de un arancel universal del 10% sobre todas las importaciones, y una tasa especial del 60% sobre todas las importaciones de China.

Como es de amplio conocimiento, la dictadura comunista en China se negó a cumplir con la liberalización total de su mercado de divisas, un requisito al que se había expresamente comprometido tras su ingreso a la Organización Mundial del Comercio (OMC) en el año 2000. En lugar de ello, solo se dio lugar a una serie de desregulaciones parciales y progresivas que, hasta el momento, no llegaron a desembocar en un mercado libre.

Las políticas proteccionistas se utilizaron como una medida coercitiva para forzar la liberalización cambiaria de China durante la administración de Donald Trump, aunque una vez finalizada la guerra comercial (2018-2020) se llegó a un nuevo status-quo sin mayores cambios en esta materia y con aranceles más elevados entre ambos países (la relación final entre ellos favoreció ligeramente a Estados Unidos).

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Caída en picada de la inflación: Los precios mayoristas subieron un 5,4% en marzo, después de haber alcanzado la hiper en diciembre del año pasado

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La variación mensual de los precios al por mayor se derrumba a un ritmo incluso más rápido que en los precios minoristas. La tasa de inflación general podría retroceder al 6% a partir del mes de abril, según estimaciones privadas.

El INDEC confirmó una nueva y fuerte caída de la tasa de inflación en Argentina: el Índice de precios internos al por mayor (IPIM) registró un aumento del 5,4% en marzo, la variación más baja en lo que va del año. Retrocedió implacablemente con respecto al salto del 10,2% producido en febrero, al 18% de enero, y al estallido del 54% registrado en diciembre de 2023. Esta última cifra constituye técnicamente una situación de hiperinflación.

Se observó un incremento mensual del 6,2% sobre productos de origen estrictamente nacional, mientras que los bienes importados cayeron en un promedio del 1,7% en marzo. La energía destacó de entre los aumentos mensuales, marcando una suba del 12% (debido a la corrección de precios relativos que lleva adelante el equipo económico).

Los precios mayoristas acumularon una suba del 37% entre enero y marzo, muy por debajo del 51,6% de aumento que se registró en los precios minoristas. La inflación mayorista está bajando a un ritmo mucho más acelerado que la minorista, un fenómeno muy común entre los programas de estabilización. Se registró un aumento interanual del 330,6%, debido al efecto de arrastre estadístico después del salto de diciembre. 

El programa de ajuste fiscal y monetario del Gobierno logró tumbar la hiperinflación que había dejado plantada el kirchnerismo en los últimos meses de la gestión de Massa. Este fue sin lugar a dudas el principal objetivo de las medidas de emergencia que se tomaron a partir del 10 de diciembre.

La caída de la variación mensual en los precios mayoristas fue contundente. El Índice de precios básicos al por mayor (IPIB) registró un aumento incluso menor y en torno al 4,9% al cierre de marzo, un indicador que excluye el efecto impositivo sobre los precios relevados.

Asimismo, el Índice de precios básicos del productor (IPP) marcó un aumento del 5% en marzo, y nuevamente el salto de la energía destacó de entre las principales aperturas que componen el indicador.

Con esta dinámica en los precios al por mayor, se estima que el IPC minorista volverá a registrar una nueva rebaja en su ritmo de aumento en abril. En este sentido, el exministro de Economía Domingo Cavallo sugiere que la inflación de precios al consumidor podría estabilizarse en el 9,5% a partir de abril, y retroceder hasta un umbral del 6% al 7% a partir del mes de mayo. Esto es coincidente con la desaceleración de los precios online.

La reactivación de la actividad real dependerá casi exclusivamente de la velocidad en la salida del cepo cambiario, ya que resulta un elemento imprescindible para la tan esperada recuperación en “V”. 

Por otra parte, para que la liberalización del mercado cambiario pueda ser posible sin conducir a un nuevo proceso hiperinflacionario, resulta necesario continuar con el saneamiento del balance del Banco Central (BCRA). El director de la institución, Santiago Bausili, logró recomponer el salto de las reservas netas en sus primeros meses de gestión. 

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Contundente fracaso de la Ley de Alquileres en Cataluña: La oferta de viviendas se derrumbó y los alquileres suben al doble que la inflación

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Nuevamente se observaron de primera mano los resultados desastrosos de la regulación de los alquileres, esta vez en la experiencia catalana. El valor real de los alquileres se incrementó casi un 5% desde la vigencia de las normativas regulatorias.

El gobierno socialista-independentista de Cataluña lanzó un masivo programa estatal para tratar de controlar arbitrariamente el precio de los alquileres en la región. Así como en Argentina, el gobierno comunitario lanzó una Ley de Alquileres que dispuso la regulación total de los contratos entre inquilinos y propietarios.

Nuevamente como en Argentina, las regulaciones no cumplieron su cometido y no ofrecieron ningún tipo de alivio a los ciudadanos para acceder a una vivienda más asequible, más bien ocurrió lo contrario.

El primer experimento regulatorio de Cataluña se lanzó en septiembre de 2020, en plena pandemia, con la llamada “Ley Autonómica de Alquileres”. Dicha legislación se mantuvo casi sin cambios hasta abril de 2022. Durante este período, la oferta de viviendas cayó un 35,5%, y el valor real de los alquileres más baratos y accesibles se disparó un 12,7%, el doble que la inflación para esa misma etapa. Los datos fueron computados por un estudio del Centro de Política Económica de España (ESEADE) en base a los dos años de evidencia empírica de la regulación.

El presidente de Cataluña, Quim Torra, salió expulsado del gobierno en 2021, y tomó el control Pere Aragonès, quien a pesar de ser más moderado en cuestiones económicas, demostró no haber aprendido absolutamente nada del fracaso regulando los alquileres, y volvió a lanzar una nueva ofensiva de controles a partir de marzo de este año.

Se dictó un estricto control sobre 140 municipios en toda Cataluña, y más tarde la cantidad de localidades alcanzadas se extendió a un total de 241, abarcando territorios que representan hasta el 90% de la población catalana.

Los primeros resultados de la nueva normativa regulatoria son tan deplorables como los que cosechó la primera ley de alquileres de 2020. La oferta de viviendas respondió rápidamente con una reducción del 13% según estimaciones de la compañía inmobiliaria Idealista.

“Es innegable que el origen del problema del alquiler en España está en la poquísima oferta disponible, por lo que se hace imprescindible un cambio de rumbo que reequilibre las relaciones entre inquilinos y propietarios, que asuma que los propietarios no son el problema sino la solución al aumento de la oferta y el ajuste de los precios”, confirmó la firma inmobiliaria.

En la Ciudad de Girona la caída de la cantidad de viviendas disponibles para un alquiler cayó un 21%, en Tarragona la reducción fue del 16%, y en Barcelona se desplomó no menos de un 14%.

Sin excepción, todas las localidades afectadas por las regulaciones experimentaron fuertes caídas en la oferta disponible de inmuebles, tal y como anticiparon la mayoría de los agentes del mercado inmobiliario, y del mismo modo en que ocurrió durante el periodo 2020-2022. El Gobierno cometió dos veces el mismo error estrafalario, por motivo de un cinismo ideológico.

Dada una demanda relativamente estable (como la que de hecho se observa), la fuerte caída de la oferta de inmuebles empujó los precios hacia arriba en términos reales. Los alquileres aumentaron un 4,6% por encima de la inflación en Barcelona desde el pasado mes de marzo, siendo esta una de las regiones más afectadas por la aplicación efectiva de los controles.

El aumento real promedio de los alquileres en toda Cataluña fue del 4% en solo un mes, y el panorama luce sombrío conforme el Gobierno se niegue a torcer el rumbo económico para permitir una mayor libertad de negociación entre las partes.

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