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Economía

Crece el desequilibrio en las cuentas públicas: el déficit subió un 560% desde septiembre del 2019

El resultado primario cerró con un rojo de $ 167.182 millones en septiembre de este año, mientras que el resultado financiero ascendió hasta los $212.020 millones. Se paraliza la corrección fiscal y se profundiza el desequilibrio del Sector Público Nacional.

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Con la desaceleración en materia de actividad económica y el pésimo clima empresarial que inspira el gobierno de Alberto Fernández, la recaudación fiscal sigue sin mejorar y el gasto público parece no ajustarse a valores realistas. 

El dato fiscal para septiembre relevó un importante deterioro en las cuentas públicas, pues los ingresos subieron poco en términos nominales, y los gastos se dispararon. Sin contabilizar los intereses, el gasto público del Estado nacional ascendió a $612.806 millones. 

En contrapartida, los ingresos totales (explicados tanto por aumentos impositivos como por otras fuentes alternativas de financiamiento) subieron hasta los $445.625 millones, pero el dato se quedó muy atrás de las erogaciones realizadas, el rojo fiscal se transforma en un fuerte dolor de cabeza para Martín Guzmán. 

Los ingresos subieron un 34,3% interanual (en comparación con septiembre de 2019), un dato ligeramente inferior al ritmo de incremento en los precios. Por su parte, los gastos primarios subieron un imponente 71,6% interanual, más del doble que los recursos. 

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El modelo de cuarentena kirchnerista, un fracaso notorio tanto en la salud como en economía, generó importantes dificultades para las provincias, que se vieron en serios problemas a la hora de recaudar sus tributos provinciales y, por lo tanto, hacer frente a sus respectivas obligaciones. 

El Sector Público Nacional tuvo que salir al auxilio de los gobernadores. La negativa del Gobierno en permitir mayores flexibilizaciones está generando problemas fiscales estructurales en muchas provincias que no poseen suficiente capacidad como para amortiguar el shock. 

Contabilizando los intereses de deuda, el gasto público alcanzó los $657.645 millones en septiembre. Según el monto presupuestado que se plantea gastar para todo 2020, el gasto público consolidado a nivel país (considerando provincias y municipios) alcanzaría casi el 50% del PBI, una cifra históricamente alta. 

Dentro de las partidas que explican el alza en los gastos, el Gobierno aseguró que una gran parte de las erogaciones “anormalmente altas” se debieron a gastos extraordinarios en concepto de transferencias para el sector privado, esto es, el pago del IFE y el ATP. 

Los programas de asistencia, propios de la pandemia, explicaron el enorme aumento en las transferencias corrientes que tuvo que realizar el Estado. Las transferencias alcanzaron los $183.304 millones, lo que significa un aumento interanual del 188,3%. El 82% de este monto fue destinado al sector privado. 

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Por su parte, las erogaciones en concepto de prestaciones sociales (jubilaciones y pensiones no contributivas) ascendieron hasta los $364.772 millones, un aumento del 33,8% interanual. 

El aumento fue inferior a la inflación principalmente por el congelamiento de la fórmula previsional, lo cual evitó el mecanismo natural de indexación en la mayor parte de los haberes. 

Si bien se anunciaron nuevos ajustes en materia tarifaria para el mes de diciembre, lo cierto es que el Gobierno se negó a realizar correcciones este año, y las tarifas de los servicios públicos experimentaron un importante deterioro de su valor real

La consecuencia del congelamiento fue directa: el Estado tuvo que gastar $57.350 millones adicionales para cubrir las enormes pérdidas que generó la política tarifaria. Esto implica un aumento del 327,5%, y sólo aplica para cubrir costos operativos. 

La falta de inversiones podría poner en jaque a los servicios públicos.
De la mano del secretario de Energía, Darío Martínez, el Gobierno admitió que el sistema energético no será capaz de afrontar el exceso de demanda que se estima para el verano de 2021. 

Se prevén muchos cortes de luz en todo el país, algo que recuerda a la situación en la que se vivía en 2015.
Martínez culpó a la pandemia, y se desligó de cualquier tipo de responsabilidad.
 

Aseguró que se va a retornar a una política subsidiaria como la del 2015, pero que esta vez será más focalizada hacia los sectores que tengas dificultades, y no sobre zonas geográficas específicas.  

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Economía

Contundente fracaso de la Ley de Alquileres en Cataluña: La oferta de viviendas se derrumbó y los alquileres suben al doble que la inflación

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Nuevamente se observaron de primera mano los resultados desastrosos de la regulación de los alquileres, esta vez en la experiencia catalana. El valor real de los alquileres se incrementó casi un 5% desde la vigencia de las normativas regulatorias.

El gobierno socialista-independentista de Cataluña lanzó un masivo programa estatal para tratar de controlar arbitrariamente el precio de los alquileres en la región. Así como en Argentina, el gobierno comunitario lanzó una Ley de Alquileres que dispuso la regulación total de los contratos entre inquilinos y propietarios.

Nuevamente como en Argentina, las regulaciones no cumplieron su cometido y no ofrecieron ningún tipo de alivio a los ciudadanos para acceder a una vivienda más asequible, más bien ocurrió lo contrario.

El primer experimento regulatorio de Cataluña se lanzó en septiembre de 2020, en plena pandemia, con la llamada “Ley Autonómica de Alquileres”. Dicha legislación se mantuvo casi sin cambios hasta abril de 2022. Durante este período, la oferta de viviendas cayó un 35,5%, y el valor real de los alquileres más baratos y accesibles se disparó un 12,7%, el doble que la inflación para esa misma etapa. Los datos fueron computados por un estudio del Centro de Política Económica de España (ESEADE) en base a los dos años de evidencia empírica de la regulación.

El presidente de Cataluña, Quim Torra, salió expulsado del gobierno en 2021, y tomó el control Pere Aragonès, quien a pesar de ser más moderado en cuestiones económicas, demostró no haber aprendido absolutamente nada del fracaso regulando los alquileres, y volvió a lanzar una nueva ofensiva de controles a partir de marzo de este año.

Se dictó un estricto control sobre 140 municipios en toda Cataluña, y más tarde la cantidad de localidades alcanzadas se extendió a un total de 241, abarcando territorios que representan hasta el 90% de la población catalana.

Los primeros resultados de la nueva normativa regulatoria son tan deplorables como los que cosechó la primera ley de alquileres de 2020. La oferta de viviendas respondió rápidamente con una reducción del 13% según estimaciones de la compañía inmobiliaria Idealista.

“Es innegable que el origen del problema del alquiler en España está en la poquísima oferta disponible, por lo que se hace imprescindible un cambio de rumbo que reequilibre las relaciones entre inquilinos y propietarios, que asuma que los propietarios no son el problema sino la solución al aumento de la oferta y el ajuste de los precios”, confirmó la firma inmobiliaria.

En la Ciudad de Girona la caída de la cantidad de viviendas disponibles para un alquiler cayó un 21%, en Tarragona la reducción fue del 16%, y en Barcelona se desplomó no menos de un 14%.

Sin excepción, todas las localidades afectadas por las regulaciones experimentaron fuertes caídas en la oferta disponible de inmuebles, tal y como anticiparon la mayoría de los agentes del mercado inmobiliario, y del mismo modo en que ocurrió durante el periodo 2020-2022. El Gobierno cometió dos veces el mismo error estrafalario, por motivo de un cinismo ideológico.

Dada una demanda relativamente estable (como la que de hecho se observa), la fuerte caída de la oferta de inmuebles empujó los precios hacia arriba en términos reales. Los alquileres aumentaron un 4,6% por encima de la inflación en Barcelona desde el pasado mes de marzo, siendo esta una de las regiones más afectadas por la aplicación efectiva de los controles.

El aumento real promedio de los alquileres en toda Cataluña fue del 4% en solo un mes, y el panorama luce sombrío conforme el Gobierno se niegue a torcer el rumbo económico para permitir una mayor libertad de negociación entre las partes.

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Brasil

Los inversores internacionales huyen de Brasil y ya sacaron casi 5.000 millones de dólares del país por las medidas de Lula

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Mientras se escapan los inversores de Brasil, el tipo de cambio del real con respecto al dólar ascendió a las 5,27 unidades y marcó una suba del 1,6% al cierre del día martes. Se trata del valor nominal más elevado de la gestión de Lula.

El dólar acumuló un alza del 8,7% de acuerdo a su paridad con el Real de Brasil desde el comienzo del año. Pero solamente al término de la rueda del día martes, el tipo de cambio se anotó una suba diaria superior al 1,6% y volvió a romper récords nominales.

La paridad del dólar llegó a los 5,27 reales al cierre del martes, el mayor valor registrado desde marzo del año 2023. La fuerte depreciación de la moneda brasileña destacó de entre otras divisas latinoamericanas que se vieron duramente afectadas por el accionar monetario conservador que recientemente adoptó la Reserva Federal de Jerome Powell.

La tasa de inflación de Estados Unidos para el mes de marzo superó las expectativas (subió ligeramente al 3,5%), con lo cual es más probable que la FED evite reducir su tasa de referencia en el corto plazo, o en su defecto que lo haga más lentamente. Esto repercutió en todas las divisas de la región, pero Brasil se vio afectado además por factores estrictamente internos.

La política fiscal del Gobierno socialista está fuera de control. El resultado primario del Gobierno federal (sin Estados locales ni municipalidades) marcó un rojo equivalente al 2,55% del PBI en febrero, el más alto desde el estallido de la pandemia. El Presidente Lula da Silva asumió su cargo habiendo heredado un superávit primario de 0,56 puntos del PBI en enero del año pasado.

Contabilizando la pesada carga de intereses que enfrenta el país vecino, el resultado financiero marcó un déficit récord de hasta el 7,7% del PBI en febrero, y no se veía algo semejante desde julio de 2021. Cabe señalar que cuando Lula asumió la presidencia del país, el déficit financiero representaba el 4,32% del producto bruto, casi se duplicó en 13 meses.

El Gobierno socialista cuestionó con dureza la independencia del Banco Central de Brasil, heredada de la administración de Jair Bolsonaro, pero al no poder revertir su autonomía se valió del endeudamiento como vía principal para solventar la brecha fiscal. La carga de intereses por la deuda pública se incrementó del 4,88% al 5,15% del PBI desde enero de 2023.

El descarrilamiento de la política fiscal hace mecha sobre la efectividad de la política monetaria, ya que pese a la autonomía legal, existen serias dudas sobre el sostenimiento del actual margen de déficit con persistente endeudamiento. En consecuencia, se reduce el efecto disciplinario de la tasa de referencia SELIC que aplica la autoridad monetaria, y con ello se proyecta un mayor impacto negativo sobre el nivel de actividad real.

Este contexto adverso provocó que Brasil pierda cada vez más atractivo para la inversión internacional. La firma Goldman Sachs recomendó abiertamente deshacer las posiciones en empresas públicas brasileñas debido a una mayor injerencia política del Gobierno, y como resultado de la falta de credibilidad en el desempeño futuro de Brasil, se registró una salida de por lo menos US$ 4.227 millones (21.000 millones de reales) por parte de inversores extranjeros en el país.

La repercusión de la depreciación del real será mayormente negativa sobre el saldo exportador de las empresas argentinas, más aún en un contexto de fuerte apreciación del peso frente al dólar.

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Brasil

Reforma agraria en Brasil: Lula lanza un grotesco programa socialista para colectivizar la producción del campo

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El Gobierno expropiará y repartirá discrecionalmente un total de 295.000 hectáreas de tierras públicas y privadas a indígenas y desempleados. El Estado se adueñará de una parte de todo lo que se produzca en las nuevas tierras reasignadas.

Con la asunción del socialismo en Brasil en enero del año pasado, se produjo un cambio radical en la política agraria del país. Se le puso fin a la concesión flexible de derechos de propiedad que emprendía la gestión Bolsonaro, y en su lugar, la administración de Lula da Silva lanzó una nueva reforma agraria a-la-China por decreto y sin pasar por el Congreso.

La reforma comprende el reparto de hasta 295.000 hectáreas de manera completamente discrecional, es decir, serán asignadas a dedo por Lula dependiendo de algún criterio arbitrario por parte de las autoridades competentes.

Las tierras se repartirán a indígenas y personas desempleadas. Con esta maniobra, el PT busca engrosar su influencia sobre los estratos más débiles de la población rural, que ahora podrían verse sometidos a una relación clientelista con el Gobierno.

El reparto afectará tanto a tierras de propiedad estatal como tierras privadas, que serán deliberadamente expropiadas en caso de que se determine el “abandono” por parte de sus propietarios, la misma excusa que utilizó el dictador chino Mao Tse Tung durante las reformas agrarias en China en la década del ’50.

A la par de estos movimientos, el Gobierno también lanzará un esquema de créditos subsidiados (y artificialmente baratos) para financiar la adquisición de maquinaria y semillas, con el fin de abastecer la eventual producción agrícola en las nuevas tierras reasignadas. 

La mayor parte de la agricultura prevista para estos campos será meramente familiar y de subsistencia, sin mayores dotes de productividad y sin la posibilidad de generar exportaciones o divisas al país.

Esto es evidencia de la pésima asignación de recursos implícita en la reforma agraria del socialismo. Se retienen recursos valiosos que podrían haberse utilizado en otras áreas de la economía para producir más eficientemente, creando puestos de trabajo mejor remunerados.

Pero pese a todo esto, la reforma agraria de Lula establece que el Estado podrá apropiarse de una parte de toda la producción realizada en esas tierras, dando forma a una incipiente colectivización de la producción agraria.

Reformas agrarias de esta índole fueron implementadas en diversas partes del mundo, como por ejemplo México (1917), Bolivia (1953), Guatemala (1951), Cuba (1959) y Chile (1962-1973), y todas ellas registraron pésimos resultados en materia de productividad y eficiencia asignativa.

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