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Economía

El colapso de la economía planificada en la Unión Soviética: La caída del sistema que esclavizó a millones de personas por 70 años

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Hace más de tres décadas colapsó definitivamente el experimento socialista en Rusia, dejando consigo un prontuario de atraso económico y social. La caída de la cortina de hierro dejó en evidencia el fracaso del intervencionismo estatal y la planificación centralizada.

Un 25 de diciembre de 1991 se disolvía la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), tras un largo proceso de agonía económica e inestabilidad política prolongada, que dejó un saldo de millones de personas que murieron de hambre o por la represión del Estado.

El derrumbe de la URSS marcó el fin de la dictadura totalitaria en Rusia y algunos de los países colindantes. Se trata del régimen por excelencia que abolió casi por completo la libertad económica, la libertad civil y la libertad política sobre todas aquellos países que aglutinó. Dejó en manifiesto el fracaso de la ideología comunista y la planificación centralizada como una alternativa de organización social

El derrumbe político de la URSS no fue sino la consecuencia de un masivo colapso económico, un episodio que dio inicio a una de las crisis más severas de la historia, y cuyas secuelas persistieron a lo largo de la década de los 90s en Rusia. El fin de la cortina de hierro inspiró la necesidad de reformismo tanto en países post-soviéticos como en múltiples economías emergentes.

¿Por qué se estancó la economía socialista?

La Unión Soviética experimentó un importante crecimiento económico entre las décadas de 1950 y 1960, ya que aún asignando arbitrariamente los recursos, el Estado creó desde cero sectores que de otro modo hubieran sido impensables (por ejemplo el desarrollo de la industria pesada en un país predominantemente agrícola). Asimismo, la brecha tecnológica entre la URSS y Occidente era relativamente baja tras el final de la Segunda Guerra Mundial, entre otras cosas por la expansión del comercio con la Europa Oriental y con China.

Aún así, esta expansión no tuvo nada de excepcional si se la compara con países que partieron de una situación muy atrasada en términos relativos durante en la década de 1950, como España, Portugal, Grecia e incluso Brasil. Otro punto a tener en cuenta es que el alza inicial del PBI per cápita soviético no necesariamente reflejaba una mejoría de las condiciones materiales de vida de sus ciudadanos, porque al no haber un sistema de precios eficiente no había manera de interpretar las preferencias por ciertos bienes en detrimento de otros, simplemente se le obligaba a la población a aceptarlos por la fuerza.

Y fue precisamente la falta de un sistema de precios lo que irremediablemente terminó boicoteando todo el esquema. Sin un sistema de precios capaz de reflejar las preferencias de las personas o asignar los recursos, y frente a la total carencia de incentivos compatibles con la iniciativa individual, la economía planificada no fue capaz de identificar eficientemente ni cuánto, ni cómo, ni qué producir exactamente.

Se establecieron pautas de producción dentro de programas quinquenales, y los ciudadanos eran reducidos a ser una mera materia prima dentro de un plan de acción centralizado, una suerte de “productivismo forzoso”.

En una economía moderna el capital fluctúa entre sectores a través de las señales que marca el sistema de precios, pero en el régimen soviético las asignaciones se realizan con criterios políticos, con pautas arbitrarias o incluso con tecnicismos que no cuentan con la suficiente información.

La Unión Soviética enfrentó un largo proceso de descapitalización y atraso tecnológico acumulativo, que culminó con el estancamiento de la productividad de los factores para las décadas de 1970 y 1980. El auge de los años 60s se convirtió en un pesado estancamiento.

Las reformas de Gorbachov y el colapso insalvable de la economía centralizada

Consciente de las causas del estancamiento, el Secretario General Mijaíl Gorbachov trató de hacerles frente mediante la flexibilización del sistema planificador, en un vago intento por descentralizar pero sin abandonar el socialismo de Estado propiamente dicho.

Para revertir la baja productividad, Gorbachov estableció el “principio de autofinanciamiento en las operaciones empresariales”, por el cual las empresas estatales recibieron más autonomía de los recursos financieros que recaudaban y al mismo tiempo se hacían responsables de planificar sus propios gastos (tanto en salarios, insumos, bienes finales, etc).

Para atacar la abrumadora brecha tecnológica que condenaba al país al fracaso, se decidió flexibilizar el monopolio estatal sobre el comercio exterior, permitiendo que las empresas estatales y los ministerios pudieran acceder al comercio exterior, y se legalizó la inversión extranjera directa para ciertos sectores específicos. Asimismo, se legalizaron las cooperativas independientes al Estado.

Colapso productivo de la Unión Soviética entre 1981 y 1991.

Las tímidas reformas fueron un fracaso absoluto. La contracara de la mayor autonomía financiera para las empresas estatales fue la brutal caída de la recaudación del Gobierno central (ya que las ganancias de las empresas eran ingresos contables para el Estado). El déficit general aumentó al 2,3% del PNB en 1985, 6% en 1986, 7% en 1987, más de 10% para 1988, y superó el 15,8% en 1991

Estos desequilibrios se cubrieron enteramente con emisión monetaria directa del Gosbank (el Banco Central de la Unión Soviética). Los gastos del Estado siguieron aumentando, y el grado de centralización de la URSS alcanzó su punto más alto en los años 80s. El balance financiero total del Estado llegó a representar el 90% del PNB en 1990, y los gastos presupuestarios (la parte más importante del balance) superaron el 75% del Producto Neto material (una forma de medir de la producción en las economías socialistas).

Como los precios eran reprimidos y fijados arbitrariamente por el Estado, las situaciones de desabastecimiento se multiplicaron exponencialmente. La disparidad entre el crecimiento de la oferta monetaria y la oferta de bienes y servicios provocó un problema de “sobrante monetario” que sumió a la población en una situación de subsistencia y miseria.

La administración Gorbachov respondió al desabastecimiento con una reforma monetaria a gran escala. Se autorizó un aumento del 63% sobre los precios mayoristas en enero de 1991 pero solo 6% sobre los minoristas. La cantidad de precios fijos pasaron del 90% al 55% del total, y el resto pasaban a ser “administrados”.

Por otra parte, se firmó un decreto confiscatorio para retirar rublos en circulación, al mismo tiempo en que se estableció un corralito de hasta 1.000 rublos mensuales por persona para los depósitos en la Caja de Ahorros de la Unión Soviética.

En respuesta, la gente desesperada se lanzó masivamente a comprar divisas en el mercado negro para salvaguardar sus ahorros, y la brecha cambiaria escaló de 316% a más de 500% en febrero (el tipo de cambio oficial no se ajustaba desde la década de 1960). El Gobierno se vio obligado a devaluar hasta un 372% el tipo de cambio legal a partir de abril.

En ese mismo mes los precios minoristas subieron un 63,5% y la inflación superó los 3 dígitos. La economía entró en recesión ante la imposibilidad de solventar las ineficiencias del sistema, el desabastecimiento persistió incluso después de los fuertes aumentos, y la actividad industrial se derrumbó un 21% entre diciembre de 1988 y diciembre de 1991.

Para diciembre de ese mismo año, los faltantes de carne superaban el 52,6% en las tiendas oficiales, 20% en la leche, 70% en vegetales y 54% en azúcar, y precios disparándose con cada vez más violencia. La Unión Soviética se derrumbó el 25 de diciembre y el sistema de represión de precios colapsó en enero de 1992 con un salto del IPC en torno al 245% tras la reforma Pávlov.

Tenemos mucho de todo: tierra, petróleo, gas, otras riquezas naturales, y tampoco Dios nos ofendió en cuanto a inteligencia y talentos. Pero vivíamos bastante peor que en los países desarrollados. La razón de esto era evidente: la sociedad estaba asfixiada por las tenazas de un sistema burocrático y autoritarioAsí no se podía seguir viviendo, todo tenía que cambiar radicalmente”, admitió públicamente Gorbachov como parte de su discurso de renuncia en diciembre de 1991.

Economía

El Banco Central rebajó la tasa de política monetaria de los Pases del 60% al 50% y se espera un colapso de la inflación

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La carga de intereses a cuenta de los pasivos remunerados es cada vez menor, después de la quinta reducción de tasas en lo que va de la presidencia de Javier Milei. La autoridad monetaria también tomó la decisión de incrementar nuevamente el encaje legal aplicado sobre las billeteras virtuales.

El Banco Central al frente del Presidente Santiago Bausili determinó una nueva reducción de la tasa de política monetaria de referencia, aquella a cuenta de los Pases, pasando del 60% al 50% nominal anual a partir del 2 de mayo. De esta forma, la tasa efectiva anual fue establecida en el 64,82% según informó el propio BCRA.

En otras palabras, los pasivos remunerados que emite el Banco Central pasan a abonar una tasa nominal equivalente al 4,2% por mes, a cuenta de los Pases que se renuevan cada día. 

La decisión oficial responde a la drástica caída de las expectativas de inflación para los próximos meses, un hecho que se refleja claramente en el informe de expectativas REM que elabora la autoridad monetaria. Las principales consultoras privadas del país también dan cuenta de esta situación, y proyectan un claro escenario de desinflación para 2024.

Las mediciones inflacionarias de alta frecuencia están reflejando el colapso de la variación de los precios minoristas en alimentos y bebidas. Para la consultora LCG, la variación semanal en este rubro fue negativa por más de 1 punto porcentual al término de la quinta semana de abril. 

Los sondeos de Alphacast también prevén una ligera caída de precios hacia la segunda mitad del mes pasado, considerando al rubro de los alimentos. En la misma dirección, el economista Alberto Cavallo (el hijo del exministro de Economía) anticipó mediante un índice diario de precios que la inflación ya está viajando al 5% mensual, descontando el efecto de las tarifas de los servicios públicos.

Entran en juego dos lógicas principales detrás de la rebaja de tasas. En primer lugar, la caída de la inflación efectiva y de la inflación esperada permiten una tasa de interés más baja, ya que de este modo se evita generar rendimientos excesivos medidos en dólares. Pero por otro lado, y más importante aún, la caída de la tasa de interés (en un contexto de cepo cambiario) permite sanear el balance del Banco Central y reducir la expansión monetaria a cuenta de los pasivos remunerados.

La carga de la deuda remunerada en pesos del BCRA es cada vez menor en relación al PBI, y lo mismo ocurre con el pago de sus respectivos intereses. Y desde el Gobierno nacional, el superávit fiscal concretado durante los primeros 3 meses del año permite anular cualquier tipo de financiación monetaria para el fisco.

El Banco Central de Bausili también tomó la decisión de elevar la tasa de encaje aplicado para billeteras virtuales del 10% al 15%, y de esta manera es altamente probable que disminuyan los rendimientos de alternativas como por ejemplo Mercado Pago, además del efecto que tuvo la reducción de tasas.

Se busca generar un marco de reglas de juego que genere incentivos para la compra de títulos públicos al Tesoro por parte del mercado. Esto responde a dos fines bien concretos: por un lado el rollover de la deuda interna en pesos a plazos más extensos, y en segundo lugar la retención de pesos para cancelar Adelantos Transitorios con el propio BCRA (una manera adicional para retirar pesos de la circulación).

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La reforma tributaria que propone Biden amenaza con destruir hasta 788.000 puestos de trabajo a tiempo completo para el año 2025

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Así lo sugiere un reciente informe de la Tax Foundation, estimando el efecto total de los aumentos impositivos que propone la campaña de Biden de cara a las elecciones. Se estima una reducción del 2,2% en la tasa de crecimiento potencial del PBI en caso de aprobarse los cambios.

El Presidente Joe Biden lanzó una agenda económica completamente radicalizada hacia la izquierda, buscando contentar al ala más extremista de su partido (anteriormente representada por el excandidato Bernie Sanders en la contienda electoral del 2020).

En este sentido, el Presidente recuperó una profunda impronta favorable a subir generalizadamente los impuestos en Estados Unidos, tanto para empresas como para personas físicas y para productos importados. Se buscan gravar ingresos, patrimonios y bienes con tasas sustancialmente más elevadas que las actuales.

La Tax Foundation desarrolló un reciente informe estimando el impacto económico que podría desatar el plan fiscal de Biden para el año 2025. Se estima una reducción total del 2,2% en la tasa de crecimiento potencial del PBI, una caída del 3,8% en el capital social potencial acumulado en las empresas, una reducción del 1,6% sobre la masa salarial promedio, y finalmente la destrucción de hasta 788.000 puestos de trabajo a tiempo completo en el sector privado, en relación a la cantidad que cabría esperar de no aprobarse las subas impositivas.

La agenda de los demócratas es, y por diferencia, la más ambiciosa y extremista desde la era de Franklin D. Roosevelt. El esquema tributario resultante de una eventual victoria de Biden en las próximas elecciones de noviembre queda resumido de la siguiente manera:

  • Aumento de la tasa del impuesto sobre la renta empresarial del 21 por ciento al 28 por ciento (a partir del año fiscal 2025)
  • Aumento del impuesto mínimo alternativo corporativo introducido en la Ley de Reducción de la Inflación del 15 por ciento al 21 por ciento (a partir de 2024)
  • Cuadruplicar el impuesto a la recompra de acciones implementado en la Ley de Reducción de la Inflación del 1 por ciento al 4 por ciento (a partir de 2024)
  • Hacer permanente la limitación de pérdidas comerciales excesivas para las empresas de paso
  • Limitar aún más la deducibilidad de la compensación de los empleados según la Sección 162
  • Aumento de la tasa impositiva global sobre ingresos intangibles de baja tributación (GILTI) del 10,5 por ciento al 21 por ciento, calcular el impuesto jurisdicción por jurisdicción y revisar las reglas relacionadas
  • Derogar la tasa impositiva reducida sobre los ingresos intangibles derivados del extranjero (FDII)
  • Ampliar la base del impuesto sobre la renta neta de inversiones (NIIT) para incluir ingresos comerciales no pasivos y aumentar las tasas del NIIT y el impuesto adicional de Medicare para alcanzar el 5 por ciento sobre ingresos superiores a $400,000
  • Aumento del impuesto sobre la Renta individual al 39,6 por ciento sobre ingresos superiores a $400 000 para declarantes solteros y $450 000 para declarantes conjuntos (a partir de 2024)
  • Gravar las ganancias de capital a largo plazo y los dividendos calificados a las tasas ordinarias del impuesto sobre la renta para Ingreso imponible por encima de US$ 1 millón de dólares, y gravar las ganancias de capital no realizadas en caso de fallecimiento por encima de una exención de US$ 5 millones, revirtiendo parcialmente la reforma de George Bush (2001-2003)
  • Triplicar los aranceles de importación para el acero y el aluminio provenientes de China, desatando una nueva guerra comercial con el gigante asiático

Pese a las subas impositivas, la administración Biden no propone un sendero sostenido de reducción del déficit fiscal, ya que la mayor parte del paquete tributario se vería acompañado por nuevas expansiones presupuestarias. 

Y a diferencia de la estrategia seguida por el expresidente Donald Trump, la guerra comercial con China que propone desatar Biden se produciría en un contexto de profunda caída en la competitividad fiscal de Estados Unidos, todo lo contrario a lo que ocurrió entre 2017 y 2020 (cuando las empresas estadounidenses disfrutaron de fuertes recortes impositivos).

Esto deja a Estados Unidos en una posición comparativamente difícil para forzar una nueva “tregua” con China en la cual se flexibilicen controles cambiarios o medidas arancelarias proteccionistas, como sí ocurrió tras el último acuerdo firmado en 2020.

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Con Milei, los bancos vuelven a cumplir su función fundamental: Prestarle dinero a familias y empresas y no al Estado

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Se redujo drásticamente la absorción de crédito a través del Estado nacional y el Banco Central, y se amplía la cantidad de recursos disponibles para ser prestados al sector privado productivo. La política económica del Gobierno produjo un punto de inflexión para el sistema financiero.

Desde la caída de la convertibilidad y el rebrote inflacionario en la Argentina, la proporción de crédito retenido deliberadamente por el sector público fue creciendo incesantemente en los últimos años.

El Estado se adueñó de una parte creciente en la cantidad de pesos disponibles generados por el ahorro del país, y en consecuencia se redujo la proporción canalizada por el sector privado (las familias y las empresas). Mientras que el crédito al sector privado superaba holgadamente el 20% del PBI durante el menemismo, al término del último experimento kirchnerista consiguió superar a duras penas el 7% del PBI en 2023

A partir de diciembre de 2023, la política económica ejecutada por el Presidente Javier Milei y el ministro Luis Caputo se propuso un giro drástico en la direccionalidad del crédito argentino. El superávit financiero del Sector Público Nacional (SPN) permitió liberar una gran masa de recursos para el sector privado, algo que hasta el momento parecía completamente imposible.

Por primera vez desde 2018 se produjo un rebrote de créditos hipotecarios, nuevamente atados a la unidad UVA más un cierto margen de rendimiento en términos reales. Estos créditos no solo permiten la reapertura del mercado de crédito inmobiliario, sino que además implican una fuerte presión para aliviar los aumentos sobre los precios de los alquileres.

A partir de la nueva política económica, los bancos privados debieron replantearse la canalización del crédito. El Gobierno nacional dejó de incurrir en amplias licitaciones por encima de sus posibilidades para financiar el déficit (las licitaciones actuales solo refinancian la deuda interna), y el Banco Central profundizó su agresiva política de rebajas en la tasa de interés que pagan los Pases (ahora hasta el 60% nominal anual).

Todo esto abrió la posibilidad de volver a financiar a las familias vía hipotecas, y a las empresas a través de diversos proyectos de inversión productiva. El Gobierno espera que este efecto, habitualmente llamado “crowding-in” o desplazamiento positivo, contribuya activamente a la reactivación de la actividad económica a partir del segundo semestre del año.

Dada la fuerte credibilidad en la política económica, el mayor ahorro del sector público (efecto recesivo) podría ser compensado por un repunte de la inversión del sector privado por la vía del crédito (efecto expansivo).

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