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Economía

El sector privado considera que la hiperinflación podría estallar en diciembre y esperan una devaluación de hasta 150%

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Las principales consultoras que asesoran a las empresas ven como el escenario más posible una brutal devaluación para después de las elecciones, con el colapso del sistema cambiario que estableció Massa en agosto del año pasado.

El “veranito” del tipo de cambio oficial llegará a su fin prontamente. Ya no es ningún secreto para nadie que el régimen cambiario que estableció Sergio Massa desde la segunda semana de agosto no se puede sostener en el tiempo, y de hecho el Gobierno solo tiene previsto mantener el cambio fijo como mucho hasta la segunda semana de noviembre (esto podría cambiar en caso de que Massa no acceda al ballotage).

El dólar oficial permaneció completamente fijo en $350 al mayorista y $367 al minorista desde el pasado 15 de agosto y hasta la fecha, todo esto después de haber permitido una devaluación del 22,5% tras las elecciones primarias. Toda la devaluación fue completamente consumida por el aumento de los precios, y la brecha cambiaria con respecto al dólar paralelo llegó a superar el 180% el día 10 de octubre. El sistema es insostenible y colapsará con el fin del proceso electoral.

La mayor parte de las consultoras privadas sugieren una fuerte devaluación para fin de año, que podría tener una magnitud del 70% al 150%. La consultora Eco Go proyecta que el tipo de cambio oficial finalice el 2023 en torno a los $935, para Equilibra podrá llegar a los $800, Ecoviews estima $754, y JP Morgan sugiere una cotización de por lo menos $750. 

Las proyecciones más optimistas, como por ejemplo la del Banco BBVA, la consultora LCG y la firma Fitch Solutions, proyectan que el dólar oficial podría oscila entre $630 y $700 para fin de año, y de todos modos esto implica una devaluación brutal con respecto a los $367 de dólar vendedor que hoy fija el Banco Central.

Pese a las ligeras diferencias de grado y forma, el diagnóstico es unánime: el país sufrirá una caótica devaluación que tendrá lugar en el último bimestre del año, y esta podrá oscilar entre el 70% y 150%. 

El Banco Central y el Gobierno nacional no tienen los medios necesarios para evitar este trágico suceso, y muy probablemente las próximas autoridades que asuman el 10 de diciembre darán inicio a un desdoblamiento inicial del tipo de cambio para su posterior liberalización (la rapidez de estos hechos dependerá de quién gane las elecciones).

Por la liberación de la inflación reprimida, la devaluación del 22,5% desplegada en agosto provocó una reacción casi inmediata en el nivel de precios. El IPC minorista se disparó un 12,4% en agosto, mientras que los precios mayoristas llegaron a subir 18,7% en el mismo período. Si todo esto ocurre con una devaluación relativamente “pequeña”, sólo cabe a la imaginación estimar a cuánto podría llegar la inflación si el tipo de cambio nominal salta entre 70% y 150% para fin de año.

Tan solo bastaría que la inflación reprimida precipitara un salto del 50% sobre el IPC para poder hablar de una “hiperinflación” propiamente dicha, tal y como se la define en los manuales convencionales.

Teniendo en cuenta que en la devaluación de agosto el aumento de los precios fue de más de la mitad de la magnitud del salto cambiario, parece razonable suponer que ocurra algo similar en el último bimestre del año. El país se encuentra al borde de la hiperinflación, tras cuatro fatídicos años de gestión kirchnerista. Esto ya no constituye ninguna exageración ni ninguna expresión subjetiva, es una amenaza real para los próximos meses.

Economía

Francia rumbo a la quiebra: Vuelve a bajar la calificación crediticia de los bonos franceses y el déficit fiscal alcanza valores récord

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El desequilibrio presupuestario en las finanzas del país galo ya es el más extremo registrado desde la pandemia, a pesar de que la actividad económica se recuperó del impacto desde hace dos años. El elefantiásico Estado francés se hace imposible de sostener.

La administración de Emmanuel Macron no solamente deja al país a merced de una peligrosa radicalización política encarnada por el espacio de Melenchon, sino que además deja una economía completamente desgastada tras años de un modelo que parece totalmente agotado.

La economía francesa registra las tasas de crecimiento más bajas de su historia, apenas pudiendo recuperar del impacto provocado por la pandemia entre 2020 y 2021, pero no pudiendo recuperar su tendencia de crecimiento anterior a dicho evento.

En los mercados financieros, los bonos franceses volvieron a sufrir un nuevo revés de confianza, ya que la mayoría de las agencias calificadoras de riesgo decidieron rebajar la puntuación de la deuda francesa hace solo un mes, después de haberlo hecho en junio del año pasado. Fitch Ratings, Moody’s y Standard & Poor’s siguieron esta tendencia con respecto a la evaluación de los bonos que emite el Estado francés.

El déficit fiscal primario de Francia llegó a representar el 3,77% del PBI en el último trimestre del año pasado, según las más recientes estadísticas del Banco Central Europeo. Se trata del quinto trimestre conductivo en que empeora el resultado presupuestario, incluso antes del pago de intereses de deuda (cada vez mayores).

De hecho, y sin considerar el impacto que generó la pandemia, Francia mantiene el déficit primario más drástico de los últimos 12 años, y el incesante clima de inestabilidad política no arroja ninguna perspectiva medianamente optimista.

Si se suma el pago de intereses a cuenta de la deuda pública, el resultado consolidado del país galo marcó un rojo de casi el 5,5% del PBI en el último cuarto del año 2023, y no se veía un nivel semejante desde la salida de la crisis internacional de 2008 o la pandemia de 2020. La diferencia entre aquellos dos escenarios de crisis con respecto a la situación actual, es que en este momento la economía francesa no se encuentra en recesión, sino que continúa reteniendo un anémico crecimiento.

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Economía

El Gobierno anuncia la desregulación del mercado de Warrants, con el objetivo de favorecer el crédito para familias y empresas

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Desde diciembre del año pasado la administración de Milei desreguló una serie de mercados en tiempo récord, y los primeros resultados ya están a la vista en el caso del sector inmobiliario. La mayor desregulación permite aceitar mejor el funcionamiento del aparato productivo.

El Ministro de Desregulación y Transformación del Estado, Federico Sturzenegger, anunció un importante avance en la desregulación y modernización del mercado financiero argentino: cesarán las restricciones inútiles y arbitrarias que hasta ahora existían para la emisión de Warrants.

Como explicó el propio Ministro, los Warrants permiten certificar la propiedad de un cierto bien por parte de un productor y con ello se facilita su trazabilidad en el mercado financiero. Son instrumentos que permiten convertir de manera muy sencilla algo físico, en una suerte de garantía para poder acceder a créditos.

Asimismo, estos instrumentos también se pueden intercambiar y vender en los mercados secundarios, lo cual habilita toda una serie de facultades para su emisor. En países como Estados Unidos, es común que los warrants se emitan y se negocien libremente en los mercados extrabursátiles.

Pero hasta ahora, Argentina se diferenciaba de la mayor parte de las economías modernas porque restringía excesivamente la emisión de estos instrumentos, hasta el punto de que únicamente 10 empresas en todo el país estaban autorizadas a hacerlo, algo completamente arbitrario y perjudicial para el desarrollo de este mercado (especialmente para las pequeñas y medianas empresas).

Por otra parte, se desregularon los diferentes usos permitidos para la emisión de Warrants, con lo cual podrán ser utilizados para canalizar el crédito hacia la actividad minera, la industria manufacturera, el sector energético, el sector agropecuario, etc.

Estas medidas, en conjunto con el mayor espacio para el crédito privado y la mayor estabilidad de precios, permitirán abaratar la financiación de múltiples proyectos de inversión, especialmente en donde más se necesitan. 

También supone un fuerte impulso para la competitividad de las empresas argentinas frente al exterior, ya que ahora dispondrán de una herramienta que sus competidores ya hacían uso desde hace tiempo en los mercados más modernos y desarrollados.

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Economía

El socialismo español está a punto de quebrar el sistema jubilatorio por cuarta vez en la historia del país

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La administración del PSOE se niega a permitir cambios profundos sobre el sistema de seguridad social español, y todas las proyecciones futuras sugieren que se volverá un verdadero agujero negro para las finanzas públicas y una masiva disparada del gasto estatal.

El gobierno del presidente socialista Pedro Sánchez está sentando las bases para una bomba fiscal que repercutirá sobre las finanzas del Estado español a lo largo de los próximos años, comprometiendo así el pago de las futuras pensiones.

Pese a las tímidas reformas esgrimidas por el Ministro socialista José Luis Escrivá, solamente al término de 2023 la seguridad social española registró un desequilibrio descomunal equivalente a los 8.200 millones de euros, y no hará más que empeorar año tras año en ausencia de reformas estructurales.

De esta manera, el sistema de reparto estatal de España se encamina a su cuarta quiebra histórica, y las consecuencias de este hecho ya son conocidas: los parámetros del sistema deberán nuevamente reformularse en detrimento del bienestar de la sociedad, sin ninguna otra alternativa posible dentro del sistema que ofrece el Estado

Bajo un régimen de capitalización individual, dichas reformas no serían necesarias, pero España no cuenta ni siquiera con la asistencia de una mínima participación privada en la inversión de los fondos públicos de pensión, y los planes privados existentes se encuentran sumamente regulados y restringidos.

Los resultados del sistema de reparto español y la falta de futuro

Tal y como se encuentra diseñado el esquema previsional español, y dada las políticas aplicadas por el oficialismo, se encamina hacia una nueva quiebra generalizada que repercutirá mediante menores beneficios para los cotizantes, y mayores impuestos para las generaciones futuras.

La primera gran quiebra del sistema de reparto se produjo en 1985, durante la presidencia socialista de Felipe González. Por aquel entonces, se decidió trasladar el problema hacia adelante: se decidió extender el período mínimo de cómputo (el tiempo para calcular el importe de la prestación social) de 2 a 8 años, y la base salarial para la cotización a partir de los 15 años anteriores a la jubilación (antes 10 años).

Pese a los cambios, en 1997 el sistema volvió a quebrar, y la administración de Aznar decidió extender el período de cómputo hasta los 15 años, y elevar el período de cotización de referencia de 15 a 35 años, lo cual redujo sustancialmente el valor de las jubilaciones reconocidas (generalmente los últimos años trabajados mantienen niveles salariales superiores a los primeros, en la vida laboral de cualquier persona).

Todo esto le dio holgura al sistema por casi una década más, pero finalmente en 2011 el sistema de reparto español quebró por tercera vez, y de manera alarmante. Para postergar el inminente colapso, se extendió la edad mínima de jubilación de 65 a 67 años (gradualmente), el período de cómputo subió de 15 a 25 años, y el período de años salariales de referencia se incrementó de 35 a 37 años. Paralelamente, las jubilaciones dejaron de estar indexadas a la inflación.

Las sucesivas reformas solo postergaron los mismos problemas hacia adelante, pero el dato más alarmante es que se agotan cada vez más rápido. Esta vez, el Gobierno socialista ni siquiera está dispuesto a cargar con el costo político que supondría una cuarta reforma restrictiva, condenando así a millones de personas a una eventual (y más violenta) reforma en el futuro cercano.

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