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Economía

El socialismo de Joe Biden: su agenda oficial propone el aumento impositivo más grande desde 1930

Influenciado por Bernie Sanders, el candidato demócrata propone un programa económico que implica un histórico aumento en los impuestos, como no veía el país desde el gobierno de FDR. El “Plan Biden” incluye masivos aumentos tanto para personas como para empresas.

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Tras haberse presentado como un candidato dialoguista, centrista y moderado en el comienzo de su carrera presidencial, desde que ganó la nominación Biden escogió radicalizarse, y adoptó muchos de los lineamientos presentados por su colega y antiguo contrincante, el comunista Bernie Sanders

Con el aval de la mayor parte del Partido Demócrata, Biden ahora propone un colosal aumento en la carga fiscal, con la creación de un impuesto a la riqueza, aumentos en los impuestos a las ganancias y eliminar todos los recortes impositivos de Trump. De concretarse, sería uno de los aumentos fiscales más grandes de la historia, sólo superado por el programa de Franklin D. Roosevelt o el de Woodrow Wilson, también demócratas.

Aún con la necesidad de una rápida recuperación económica, Biden asegura que su programa no será recesivo, y que habrá como contrapartida un enorme plan de estímulo fiscal (inyección de gasto público) para “reactivar la economía y estimular la demanda agregada”. Algo totalmente innecesario cuando la economía de Trump, habiendo superado las cuarentenas, ya se está recuperando por su propia cuenta.

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El plan tributario de Joe Biden: en detalle.

El programa demócrata supone presentar un impuesto a la riqueza del 12,4%, en concepto de “seguro de vejez”, establecido para personas con ingresos anuales superiores a los USD 400.000. Este impuesto también alcanzaría empresas, donde se distribuiría mitad entre el trabajador (que vería recudido su salario en mano) y el empleador.

Además, Biden propone volver a aumentar la tasa marginal más alta del impuesto a la renta (lo que en Argentina se conoce como impuesto a las ganancias), que Trump redujo al 37% y prometió bajar incluso al 35% si es reelecto. 

Los demócratas quieren llevarlo nuevamente al 39,6%, valor en el que estaba con Obama, e incluso algunos sectores más radicales piden llevarlo al 42%. Esto implica revertir completamente la Ley de Empleos y Recortes de Impuestos, promocionada por Donald Trump y sancionada en 2017. 

Biden también aboga por la reducción en la cantidad de deducciones realizables para las personas con ingresos anuales de más de USD 400.000. En Estados Unidos, los ciudadanos con hijos a cargo, que hagan donaciones a beneficencia, que empleen a cierta cantidad de personas, entre otras cosas, reciben descuentos en la cantidad de impuestos que pagan; Biden quiere terminar con esto para “los ricos”.

Sin embargo, yendo a las propuestas concretas que están publicadas en su página web, los demócratas proponen eliminar todos los beneficios tributarios para personas que ganen más de USD 80.250 al año, muy lejos de los USD 400.000 que dijo Biden en el debate y contrario al discurso progresista, que habla de gravar sólo a los más ricos.

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Como si esto fuera poco, su agenda también propone la eliminación de la deducción de ingresos comerciales calificados para los ingresos altos, una medida de Trump del 2017 que buscaba generar competitividad frente a las empresas chinas, quitándoles carga fiscal.

Biden además propone aumentar la tasa del impuesto a la renta corporativa de 21% a 28%. Esta propuesta fue particularmente polémica pues, entre los países más desarrollados, la tendencia es bajar impuestos corporativos (como es el caso de la Unión Europea), y no subirlos. 

El programa implica crear, además, un impuesto mínimo para empresas cuyos balances contables arrojen ganancias netas superiores a los USD 100 millones. Este impuesto mínimo se establecería en torno al 15%.

Mientras los Gobiernos socialdemócratas de Europa bajan impuestos a las empresas y suben impuestos a las personas, el socialismo frenético de Joe Biden, influenciado por Sanders, propone cargar fiscalmente tanto a las empresas como a las personas.

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El “Plan Biden” también perjudicará a las subsidiarias extranjeras de empresas estadounidenses, ya que se propone duplicar el impuesto sobre el Ingreso Global Intangible de Bajos Impuestos (GILTI), del 10,5% al 21%.

Se propone eliminar la extensión sobre aquellas empresas con menor margen de ganancias, que pasarán de no tributar nada, a pagar el doble de lo que hoy tributan las empresas alcanzadas.

Aquellas empresas que decidieran deslocalizar sus operaciones en Estados Unidos y pasarse a otro país para luego vender productos al mercado estadounidense, se verían gravadas por un impuesto adicional del 10%, lo que implica una tasa efectiva superior al 30% sobre las ganancias. 

Como contrapartida a la enorme presión sobre la generación de riqueza, Biden propone ampliar considerablemente el acceso al crédito local como herramienta expansiva, algo que formula como “la clave de la recuperación”. 

Los créditos fiscales (distribuidos entre subsidios directos y exenciones impositivas) buscarían tener impacto sobre pequeñas empresas, energías renovables, automóviles eléctricos, y ciertos rubros dentro de la industria manufacturera. 

El crédito tributario de personas se vería incrementado para trabajadores sin hijos y mayores de 65 años, para actividades por cuidado de niños y dependientes, y el crédito por hijo. Este último se incrementaría de USD 2.000 a USD 3.000 para 2021, dependiendo de las condiciones que se presenten. 

Más allá de impuestos, también Biden propone volver a incrementar el número de regulaciones sobre el mercado, especialmente las que se derogaron sobre el mercado energético y petrolero. Se plantea dar marcha atrás con el importante proceso de desregulación que había establecido la agenda de Trump sobre este tipo de sectores.

El “Plan Biden” para la situación impositiva de Estados Unidos sería el que más aumente la carga fiscal del país desde 1939.

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Estimación de los efectos del plan Biden 

Según la Tax Foundation, una organización sin fines de lucro que se dedica al estudio y la recopilación de información impositiva para los Estados Unidos, los efectos del programa de Biden serán profundamente negativos y desalentarán la inversión y la creación de puestos de trabajo. 

El aumento en las limitaciones para las deducciones y las nuevas cargas impositivas sobre las empresas, lejos de perjudicar a “un pequeño grupo de ricos”, generaría un efecto negativo sobre el total de la economía. Se estima una caída del 0,18% en la economía, sólo por introducir estos cambios. 

El retorno a la tasa marginal superior del 39,6%, generaría una muy tenue contracción de 0,02% para el país, siempre y cuando el aumento se limite exclusivamente al segmento de mayor poder adquisitivo de la población. Los republicanos aseguran que, en realidad, Biden esconde sus intenciones, y espera aplicar aumentos para otros estratos de la sociedad. 

El aumento de la alícuota impositiva sobre las empresas, del 21% al 28%, supone la mayor incidencia en el efecto recesivo de la reforma Biden. De aplicarse este aumento, la economía perdería casi 1 punto de crecimiento en la producción. El impuesto mínimo sobre los balances contables corporativos generaría una contracción adicional del 0,21%.

Si este escenario hipotético se cumpliera, y considerando que Estados Unidos se mantuvo creciendo a una tasa promedio de entre 2,5% y 3% anual, el aumento generaría “anemia económica”, y el país norteamericano crecería a tasas más parecidas a las europeas. 

Con las propuestas, la producción económica perdería un 1,47% de su tamaño a largo plazo (entre 2021 y 2030). La economía norteamericana acabaría con parte de su crecimiento potencial anual, haciendo más lenta la recuperación. 

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Economía

¿Nueva guerra comercial con China? Biden apunta a triplicar los aranceles para la importación de acero y aluminio

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La administración Biden amenaza con lanzar una nueva ofensiva arancelaria contra el ingreso de productos chinos, una maniobra que podría conducir a una pronta respuesta por parte del gigante asiático.

El giro proteccionista de la Casa Blanca bajo la presidencia de Joe Biden se hace cada vez más evidente. Pese a prometer lo contrario en su campaña electoral, Biden promete redoblar los aumentos tarifarios contra China y otros países del mundo.

Hasta ahora, las medidas proteccionistas del Gobierno se focalizaron en subsidios encubiertos, como por ejemplo los dispuesto en la llamada “Ley de Reducción de la inflación” del 2021. Pero esta vez se estudia abiertamente un nuevo rediseño del sistema arancelario.

El Presidente Biden propuso triplicar el arancel de importación para el acero y el aluminio provenientes de China, del 7,5% al 25%. Esta resolución amplía una anterior que ya había adoptado el expresidente Donald Trump, en virtud de la Sección 232 de la Ley de Expansión Comercial (establecida en 2018). Pero la ley sancionada durante la administración anterior sólo alcanzaba a unos productos específicos, y la propuesta de Biden es generalizar el aumento arancelario sin excepción en todo el sector.

Estados Unidos se constituye actualmente como el cuarto productor mundial de acero, mientras que China ocupa el primer lugar. Semejante participación en el mercado haría muy efectivo el impacto de un arancel sobre la importación de China (con beneficios positivos para la industria local), pero este tipo de medidas resultan en su mayoría estériles, debido a que se espera una pronta respuesta por parte de China y la situación volvería al punto de inicio (o aún peor debido a la persistente volatilidad).

Siguiendo el mismo patrón, la administración Biden intervendrá deliberadamente en la adquisición de US Steel por parte de inversores japoneses, un acto populista y desesperado en medio del clima de la campaña electoral.

Asimismo, el Presidente Biden propuso incrementar los aranceles para la importación de madera canadiense del 8% al 14%, sin ningún tipo de justificación convencional. Esto supone un golpe hacia uno de los mayores socios comerciales de Estados Unidos en la región.Queda en evidencia que la política comercial de Biden no se limita exclusivamente a China.

Biden despliega este paquete de propuestas como respuesta a las medidas prometidas por Trump, entre las cuales se encuentra el establecimiento de un arancel universal del 10% sobre todas las importaciones, y una tasa especial del 60% sobre todas las importaciones de China.

Como es de amplio conocimiento, la dictadura comunista en China se negó a cumplir con la liberalización total de su mercado de divisas, un requisito al que se había expresamente comprometido tras su ingreso a la Organización Mundial del Comercio (OMC) en el año 2000. En lugar de ello, solo se dio lugar a una serie de desregulaciones parciales y progresivas que, hasta el momento, no llegaron a desembocar en un mercado libre.

Las políticas proteccionistas se utilizaron como una medida coercitiva para forzar la liberalización cambiaria de China durante la administración de Donald Trump, aunque una vez finalizada la guerra comercial (2018-2020) se llegó a un nuevo status-quo sin mayores cambios en esta materia y con aranceles más elevados entre ambos países (la relación final entre ellos favoreció ligeramente a Estados Unidos).

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Caída en picada de la inflación: Los precios mayoristas subieron un 5,4% en marzo, después de haber alcanzado la hiper en diciembre del año pasado

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La variación mensual de los precios al por mayor se derrumba a un ritmo incluso más rápido que en los precios minoristas. La tasa de inflación general podría retroceder al 6% a partir del mes de abril, según estimaciones privadas.

El INDEC confirmó una nueva y fuerte caída de la tasa de inflación en Argentina: el Índice de precios internos al por mayor (IPIM) registró un aumento del 5,4% en marzo, la variación más baja en lo que va del año. Retrocedió implacablemente con respecto al salto del 10,2% producido en febrero, al 18% de enero, y al estallido del 54% registrado en diciembre de 2023. Esta última cifra constituye técnicamente una situación de hiperinflación.

Se observó un incremento mensual del 6,2% sobre productos de origen estrictamente nacional, mientras que los bienes importados cayeron en un promedio del 1,7% en marzo. La energía destacó de entre los aumentos mensuales, marcando una suba del 12% (debido a la corrección de precios relativos que lleva adelante el equipo económico).

Los precios mayoristas acumularon una suba del 37% entre enero y marzo, muy por debajo del 51,6% de aumento que se registró en los precios minoristas. La inflación mayorista está bajando a un ritmo mucho más acelerado que la minorista, un fenómeno muy común entre los programas de estabilización. Se registró un aumento interanual del 330,6%, debido al efecto de arrastre estadístico después del salto de diciembre. 

El programa de ajuste fiscal y monetario del Gobierno logró tumbar la hiperinflación que había dejado plantada el kirchnerismo en los últimos meses de la gestión de Massa. Este fue sin lugar a dudas el principal objetivo de las medidas de emergencia que se tomaron a partir del 10 de diciembre.

La caída de la variación mensual en los precios mayoristas fue contundente. El Índice de precios básicos al por mayor (IPIB) registró un aumento incluso menor y en torno al 4,9% al cierre de marzo, un indicador que excluye el efecto impositivo sobre los precios relevados.

Asimismo, el Índice de precios básicos del productor (IPP) marcó un aumento del 5% en marzo, y nuevamente el salto de la energía destacó de entre las principales aperturas que componen el indicador.

Con esta dinámica en los precios al por mayor, se estima que el IPC minorista volverá a registrar una nueva rebaja en su ritmo de aumento en abril. En este sentido, el exministro de Economía Domingo Cavallo sugiere que la inflación de precios al consumidor podría estabilizarse en el 9,5% a partir de abril, y retroceder hasta un umbral del 6% al 7% a partir del mes de mayo. Esto es coincidente con la desaceleración de los precios online.

La reactivación de la actividad real dependerá casi exclusivamente de la velocidad en la salida del cepo cambiario, ya que resulta un elemento imprescindible para la tan esperada recuperación en “V”. 

Por otra parte, para que la liberalización del mercado cambiario pueda ser posible sin conducir a un nuevo proceso hiperinflacionario, resulta necesario continuar con el saneamiento del balance del Banco Central (BCRA). El director de la institución, Santiago Bausili, logró recomponer el salto de las reservas netas en sus primeros meses de gestión. 

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Contundente fracaso de la Ley de Alquileres en Cataluña: La oferta de viviendas se derrumbó y los alquileres suben al doble que la inflación

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Nuevamente se observaron de primera mano los resultados desastrosos de la regulación de los alquileres, esta vez en la experiencia catalana. El valor real de los alquileres se incrementó casi un 5% desde la vigencia de las normativas regulatorias.

El gobierno socialista-independentista de Cataluña lanzó un masivo programa estatal para tratar de controlar arbitrariamente el precio de los alquileres en la región. Así como en Argentina, el gobierno comunitario lanzó una Ley de Alquileres que dispuso la regulación total de los contratos entre inquilinos y propietarios.

Nuevamente como en Argentina, las regulaciones no cumplieron su cometido y no ofrecieron ningún tipo de alivio a los ciudadanos para acceder a una vivienda más asequible, más bien ocurrió lo contrario.

El primer experimento regulatorio de Cataluña se lanzó en septiembre de 2020, en plena pandemia, con la llamada “Ley Autonómica de Alquileres”. Dicha legislación se mantuvo casi sin cambios hasta abril de 2022. Durante este período, la oferta de viviendas cayó un 35,5%, y el valor real de los alquileres más baratos y accesibles se disparó un 12,7%, el doble que la inflación para esa misma etapa. Los datos fueron computados por un estudio del Centro de Política Económica de España (ESEADE) en base a los dos años de evidencia empírica de la regulación.

El presidente de Cataluña, Quim Torra, salió expulsado del gobierno en 2021, y tomó el control Pere Aragonès, quien a pesar de ser más moderado en cuestiones económicas, demostró no haber aprendido absolutamente nada del fracaso regulando los alquileres, y volvió a lanzar una nueva ofensiva de controles a partir de marzo de este año.

Se dictó un estricto control sobre 140 municipios en toda Cataluña, y más tarde la cantidad de localidades alcanzadas se extendió a un total de 241, abarcando territorios que representan hasta el 90% de la población catalana.

Los primeros resultados de la nueva normativa regulatoria son tan deplorables como los que cosechó la primera ley de alquileres de 2020. La oferta de viviendas respondió rápidamente con una reducción del 13% según estimaciones de la compañía inmobiliaria Idealista.

“Es innegable que el origen del problema del alquiler en España está en la poquísima oferta disponible, por lo que se hace imprescindible un cambio de rumbo que reequilibre las relaciones entre inquilinos y propietarios, que asuma que los propietarios no son el problema sino la solución al aumento de la oferta y el ajuste de los precios”, confirmó la firma inmobiliaria.

En la Ciudad de Girona la caída de la cantidad de viviendas disponibles para un alquiler cayó un 21%, en Tarragona la reducción fue del 16%, y en Barcelona se desplomó no menos de un 14%.

Sin excepción, todas las localidades afectadas por las regulaciones experimentaron fuertes caídas en la oferta disponible de inmuebles, tal y como anticiparon la mayoría de los agentes del mercado inmobiliario, y del mismo modo en que ocurrió durante el periodo 2020-2022. El Gobierno cometió dos veces el mismo error estrafalario, por motivo de un cinismo ideológico.

Dada una demanda relativamente estable (como la que de hecho se observa), la fuerte caída de la oferta de inmuebles empujó los precios hacia arriba en términos reales. Los alquileres aumentaron un 4,6% por encima de la inflación en Barcelona desde el pasado mes de marzo, siendo esta una de las regiones más afectadas por la aplicación efectiva de los controles.

El aumento real promedio de los alquileres en toda Cataluña fue del 4% en solo un mes, y el panorama luce sombrío conforme el Gobierno se niegue a torcer el rumbo económico para permitir una mayor libertad de negociación entre las partes.

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