La obstinada propaganda del consenso socialdemócrata
El Uruguay de los supuestos consensos
Esta es la parte 1 de un ensayo escrito por el Profesor Diego Andrés Díaz en respuesta al articulo de John Carlin publicado en el Diario Clarín el 23 de Marzo del presente año.
El otro día una persona me asaltó en la calle a punta de pistola. En medio del atraco, le pregunté si le importaba a quién yo había votado. “No”, me contestó. Le pregunté al ladrón si le eran absolutamente indiferentes mis opiniones políticas. Me contestó que podía pensar lo que quisiera, que podía tener las ideas políticas que se me antoje, pero que le diera ya la plata.
La crítica de Díaz al enfoque en la política uruguaya
¡Oh, ya entiendo esto! le dije sonriendo, “entonces usted es un liberal en lo político".
Rescato esta antigua y breve historia en tono humorístico, ya que es lo primero que me surgió al leer la nota que realizó John Carlin para el diario argentino Clarín en su edición del 23 de marzo pasado. En la misma - titulada ir a Uruguay y sentir vergüenza- el comentarista se despacha con la mezcla típica de falsedades y verdades; mitos, relatos y charlatanería justa, sobre algunas características de nuestro país, que mezcladas de forma antojadiza con otras y vendidas en un mismo combo, suelen ser el deleite de lo que puede definirse como un “liberal en lo político”, un “centrista”, o lo que yo denomino la tradición “republicano- reformista” y que en occidente en general se conoce como el consenso socialdemócrata.
La "excepcionalidad uruguaya" y su falsificación histórica
La estrategia es bastante conocida: vender en un gran combo la supuesta excepcionalidad uruguaya, lo que son diferentes características históricas de nuestra sociedad, algunas parciales, en general inconexas, y otras simples falsedades, en aspectos diversos y no necesariamente relacionados, atarla con una especie de recuerdo social de una “edad de oro”, y proyectar sobre esos rieles un destino político y social inquebrantable y perenne del país: el Uruguay batllista, aunque más específicamente, el Uruguay del gusto único de la tradición republicano-reformista.
Lo impactante de esta estafa que regocija a actores políticos y actores culturales asociados al status quo local -es decir, a los que reciben del estado el seductor paquete de renta, poder y casta- radica en varios puntos, pero quizás sean los más sobresalientes aquellos que proyectan una visión distorsionada sobre el pasado y una proyección tenebrosa sobre el futuro del país: por un lado, la profunda crisis que vivió nuestro país en el siglo XX -y que significó un estancamiento económico colosal y una crisis politica traumatica en el proceso democrático- fue el resultado mayormente del fracaso del proyecto político de esa tradición republicano-reformista, y NO de su abandono; y por otro lado, el relato ecuménico del Uruguay feliz, pacífico y socialdemócrata, lo único que busca es aumentar la ya hegemónica voz del consenso progresista sobre nuestro futuro posible, que siempre juega en clave de ser, de forma fáctica, absolutamente pro izquierdista, y que se resume en el eterno anhelo sanguinettista de un sistema político nacional bicéfalo protagonizado en exclusividad por la izquierda socialista -incluyendo en esta al chavismo local- y el centro sensato, que recogerá así de forma monopólica los laureles de toda nuestra historia , para beneplácito de esa tradición republicano-reformista imperecedera y centenaria en Uruguay.
El riesgo del consenso progresista
A cada pasaje de la nota, el autor pone en manifiesto -como es indispensable para la estrategia discursiva del consenso socialdemócrata- que el único y verdadero peligro para la sociedad y la vida pacífica de esta comarca hobbit toma mate, está extramuros al consenso bicéfalo que izquierdas -buena parte de ellas, autoritarias- y centros estatistas proponen como juego democratico, es decir, que la propuesta siempre intenta proscribir de facto todo lo que sean opciones “a la derecha”, sean estas conservadoras, liberales, nacionalistas, o del tenor que sean.
La demonización del adversario -que busca en última instancia, su erradicación de hecho, y su criminalización como opción política- se traduce en la nota en los típicos “saludos a la bandera” del progresismo hegemónico citando uno por uno a las “bestias negras” del consenso progresista: Trump, Bolsonaro, Milei, Bukele, Orban, etc.
Esta construcción idealizada de nuestro país no es antojadiza, representa una gran fuente de financiación para sus promotores, y busca blindar a la sociedad de cualquier opción política emergente, en una especie de poesía épica de mala calidad sobre un nosotros indestructible, que garantice la alternancia en el poder, pero nunca la alternancia en las ideas al poder.
El notable ensayista Carlos Real de Azúa describe con brillantez esta tradición “…responde al diagnóstico de “lo colorado” (también de “lo batllista”) en su acepción de “moderno”, según ciertos diagnósticos histórico-culturales recientes (...) esta ideología fue la democrático-liberal con algunas vetas socializantes. (...) Inscripta en creencia en las ideas de tipo iluminista, la democracia lo fue todo para esta posición y no hubo teórico ad- hoc del sistema que no lo identificase con todas las dimensiones posibles…”
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