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Economía

Por qué fracasan las propuestas keynesianas para expandir el gasto público

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El fracaso de los paquetes de estímulo fiscal a lo largo de la pandemia pone en jaque una teoría comúnmente respaldada por la clase política. La evidencia sugiere que las políticas de oferta son prioritarias por sobre los estímulos a la demanda. 

La reacción adversa a la política económica encabezada por Liz Truss en Reino Unido funcionó como el puntapié inicial para arremeter contra las llamadas “políticas de oferta”, y en consecuencia revitalizar las viejas políticas con enfoque en la demanda típicas del siglo pasado.

En una nota publicada por Clarín esta semana, que tranquilamente podría haber sido publicada en un diario de extrema izquierda pero cuya autoría corresponde a Ezequiel Burgos, el Editor en Jefe de Economía del medio de Héctor Magnetto, se ataca ferozmente a las políticas económicas liberales usando como ejemplo un par de casos sacados de contexto cuando se bajaron impuestos sin disciplina fiscal en un contexto de alta inflación y se profundizó la crisis.

Pero para el contra-argumento, por qué fracasan las teorías anti-liberales, resulta innecesario buscar ejemplos en el siglo XX, cuando hace tan solo un año, en plena pandemia volvió a quedar en evidencia el fracaso de los programas de estímulo fiscal, del mismo modo en que ocurrió durante la última Gran Recesión global en el año 2008.

Como indican los famosos economistas Robert Barro y John B. Taylor, los masivos programas de asistencia fiscal lanzados en todo el mundo en 2020 solamente provocaron una suba sin precedentes de la inflación a nivel mundial, pero no afectaron satisfactoriamente al consumo real (y por lo tanto al PBI) ya que los cheques fueron mayormente ahorrados por sus beneficiarios, como sugiere la hipótesis del ingreso permanente del premio Nobel, Milton Friedman

Las políticas keynesianas para subir el gasto público como una manera de “contrariar al ciclo económico” fracasaron irremediablemente en todos sus intentos históricos. Los agentes económicos prefieren suavizar su consumo en el tiempo de manera racional, y no reaccionan como lo supondría la función de consumo típicamente keynesiana

Pero en contraposición de las políticas para incentivar el gasto agregado, la economía de la oferta propone que el crecimiento económico es liderado por los incentivos a la producción de bienes y servicios. Los mercados se vacían y encuentran el equilibrio como lo sugiere la economía clásica.

Las políticas de oferta no solo contemplan la reducción de los márgenes impositivos, sino también la desregulación, la apertura al comercio internacional y la libre movilidad de factores, entre muchas otras decisiones que amplían los incentivos para la oferta de bienes y servicios. 

El Premio Nobel de economía de 1995, Robert Lucas, publicó un análisis empírico en 2003 sobre la historia de Estados Unidos, y concluyó que el impacto de las políticas del lado de la oferta fueron holgadamente superiores a cualquier estímulo artificial a la demanda

“Las ganancias potenciales de las políticas de estabilización discrecionales (por el lado de la demanda) son del orden de centésimas de un punto porcentual del consumo, quizás dos veces menores en comparación a los beneficios potenciales de las reformas fiscales del lado de la oferta”, afirma Lucas en su trabajo “Prioridades Macroeconómicas” en 2003.

Con una tesitura similar el Premio Nobel de economía de 2018, Paul Romer, contribuyó con sus aportes sobre los “modelos de crecimiento endógeno”, que sustentan la hipótesis de la economía de la oferta y sus efectos positivos para el crecimiento de la riqueza de las naciones a largo plazo. 

El economista Bruce Bartlett llegó a concluir lo siguiente hacia el año 2007: “Hoy en día, casi ningún economista cree lo que creían los keynesianos en la década de 1970 y la mayoría acepta las ideas básicas de la economía del lado de la oferta: que los incentivos importan, que las tasas impositivas altas son malas para el crecimiento y que la inflación es fundamentalmente un fenómeno monetario”. 

Pero entonces ¿Qué salió mal con el programa de Truss?

A diferencia de los programas enunciados por Ronald Reagan, Margaret Thatcher, George W. Bush o Donald Trump, el problema con el plan de Liz Truss fue la credibilidad. Las políticas de oferta no implican necesariamente el abandono de la responsabilidad fiscal, pero incluso para hacerlo, resulta indispensable la confianza en el programa.

Tras los fuertes desequilibrios fiscales heredados por los estímulos de 2020 y dado el gran stock de deuda, el Reino Unido (así como muchos otros países) ya no tiene margen para permitir una política fiscal laxa que permita un mayor déficit si se quiere arribar a la estabilización de la inflación

El programa de Truss suponía un gran aumento del gasto público vía subsidios a la energía (para financiar topes a las facturas residenciales), y al mismo tiempo disminuir los impuestos. Aún con efectos laffer implícitos en las expectativas, los mercados descontaron un incremento del déficit fiscal hacia el futuro.

Como indican los economistas Thomas Sargent y Neil Wallace en lo que denominan la “desagradable aritmética monetarista”, la combinación entre políticas fiscales laxas y políticas monetarias estrictas no es factible para reducir la inflación, sino todo lo contrario

Los mercados se anticiparon al efecto sugerido por Sargent y Wallace, y configuraron una corrida contra la libra esterlina y los bonos del Gobierno británico. Pero este hecho, lejos de significar un problema para las políticas de oferta, simplemente constituye un error de praxis por la descoordinación entre política fiscal y monetaria. 

Economía

Francia rumbo a la quiebra: Vuelve a bajar la calificación crediticia de los bonos franceses y el déficit fiscal alcanza valores récord

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El desequilibrio presupuestario en las finanzas del país galo ya es el más extremo registrado desde la pandemia, a pesar de que la actividad económica se recuperó del impacto desde hace dos años. El elefantiásico Estado francés se hace imposible de sostener.

La administración de Emmanuel Macron no solamente deja al país a merced de una peligrosa radicalización política encarnada por el espacio de Melenchon, sino que además deja una economía completamente desgastada tras años de un modelo que parece totalmente agotado.

La economía francesa registra las tasas de crecimiento más bajas de su historia, apenas pudiendo recuperar del impacto provocado por la pandemia entre 2020 y 2021, pero no pudiendo recuperar su tendencia de crecimiento anterior a dicho evento.

En los mercados financieros, los bonos franceses volvieron a sufrir un nuevo revés de confianza, ya que la mayoría de las agencias calificadoras de riesgo decidieron rebajar la puntuación de la deuda francesa hace solo un mes, después de haberlo hecho en junio del año pasado. Fitch Ratings, Moody’s y Standard & Poor’s siguieron esta tendencia con respecto a la evaluación de los bonos que emite el Estado francés.

El déficit fiscal primario de Francia llegó a representar el 3,77% del PBI en el último trimestre del año pasado, según las más recientes estadísticas del Banco Central Europeo. Se trata del quinto trimestre conductivo en que empeora el resultado presupuestario, incluso antes del pago de intereses de deuda (cada vez mayores).

De hecho, y sin considerar el impacto que generó la pandemia, Francia mantiene el déficit primario más drástico de los últimos 12 años, y el incesante clima de inestabilidad política no arroja ninguna perspectiva medianamente optimista.

Si se suma el pago de intereses a cuenta de la deuda pública, el resultado consolidado del país galo marcó un rojo de casi el 5,5% del PBI en el último cuarto del año 2023, y no se veía un nivel semejante desde la salida de la crisis internacional de 2008 o la pandemia de 2020. La diferencia entre aquellos dos escenarios de crisis con respecto a la situación actual, es que en este momento la economía francesa no se encuentra en recesión, sino que continúa reteniendo un anémico crecimiento.

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Economía

El Gobierno anuncia la desregulación del mercado de Warrants, con el objetivo de favorecer el crédito para familias y empresas

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Desde diciembre del año pasado la administración de Milei desreguló una serie de mercados en tiempo récord, y los primeros resultados ya están a la vista en el caso del sector inmobiliario. La mayor desregulación permite aceitar mejor el funcionamiento del aparato productivo.

El Ministro de Desregulación y Transformación del Estado, Federico Sturzenegger, anunció un importante avance en la desregulación y modernización del mercado financiero argentino: cesarán las restricciones inútiles y arbitrarias que hasta ahora existían para la emisión de Warrants.

Como explicó el propio Ministro, los Warrants permiten certificar la propiedad de un cierto bien por parte de un productor y con ello se facilita su trazabilidad en el mercado financiero. Son instrumentos que permiten convertir de manera muy sencilla algo físico, en una suerte de garantía para poder acceder a créditos.

Asimismo, estos instrumentos también se pueden intercambiar y vender en los mercados secundarios, lo cual habilita toda una serie de facultades para su emisor. En países como Estados Unidos, es común que los warrants se emitan y se negocien libremente en los mercados extrabursátiles.

Pero hasta ahora, Argentina se diferenciaba de la mayor parte de las economías modernas porque restringía excesivamente la emisión de estos instrumentos, hasta el punto de que únicamente 10 empresas en todo el país estaban autorizadas a hacerlo, algo completamente arbitrario y perjudicial para el desarrollo de este mercado (especialmente para las pequeñas y medianas empresas).

Por otra parte, se desregularon los diferentes usos permitidos para la emisión de Warrants, con lo cual podrán ser utilizados para canalizar el crédito hacia la actividad minera, la industria manufacturera, el sector energético, el sector agropecuario, etc.

Estas medidas, en conjunto con el mayor espacio para el crédito privado y la mayor estabilidad de precios, permitirán abaratar la financiación de múltiples proyectos de inversión, especialmente en donde más se necesitan. 

También supone un fuerte impulso para la competitividad de las empresas argentinas frente al exterior, ya que ahora dispondrán de una herramienta que sus competidores ya hacían uso desde hace tiempo en los mercados más modernos y desarrollados.

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Economía

El socialismo español está a punto de quebrar el sistema jubilatorio por cuarta vez en la historia del país

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La administración del PSOE se niega a permitir cambios profundos sobre el sistema de seguridad social español, y todas las proyecciones futuras sugieren que se volverá un verdadero agujero negro para las finanzas públicas y una masiva disparada del gasto estatal.

El gobierno del presidente socialista Pedro Sánchez está sentando las bases para una bomba fiscal que repercutirá sobre las finanzas del Estado español a lo largo de los próximos años, comprometiendo así el pago de las futuras pensiones.

Pese a las tímidas reformas esgrimidas por el Ministro socialista José Luis Escrivá, solamente al término de 2023 la seguridad social española registró un desequilibrio descomunal equivalente a los 8.200 millones de euros, y no hará más que empeorar año tras año en ausencia de reformas estructurales.

De esta manera, el sistema de reparto estatal de España se encamina a su cuarta quiebra histórica, y las consecuencias de este hecho ya son conocidas: los parámetros del sistema deberán nuevamente reformularse en detrimento del bienestar de la sociedad, sin ninguna otra alternativa posible dentro del sistema que ofrece el Estado

Bajo un régimen de capitalización individual, dichas reformas no serían necesarias, pero España no cuenta ni siquiera con la asistencia de una mínima participación privada en la inversión de los fondos públicos de pensión, y los planes privados existentes se encuentran sumamente regulados y restringidos.

Los resultados del sistema de reparto español y la falta de futuro

Tal y como se encuentra diseñado el esquema previsional español, y dada las políticas aplicadas por el oficialismo, se encamina hacia una nueva quiebra generalizada que repercutirá mediante menores beneficios para los cotizantes, y mayores impuestos para las generaciones futuras.

La primera gran quiebra del sistema de reparto se produjo en 1985, durante la presidencia socialista de Felipe González. Por aquel entonces, se decidió trasladar el problema hacia adelante: se decidió extender el período mínimo de cómputo (el tiempo para calcular el importe de la prestación social) de 2 a 8 años, y la base salarial para la cotización a partir de los 15 años anteriores a la jubilación (antes 10 años).

Pese a los cambios, en 1997 el sistema volvió a quebrar, y la administración de Aznar decidió extender el período de cómputo hasta los 15 años, y elevar el período de cotización de referencia de 15 a 35 años, lo cual redujo sustancialmente el valor de las jubilaciones reconocidas (generalmente los últimos años trabajados mantienen niveles salariales superiores a los primeros, en la vida laboral de cualquier persona).

Todo esto le dio holgura al sistema por casi una década más, pero finalmente en 2011 el sistema de reparto español quebró por tercera vez, y de manera alarmante. Para postergar el inminente colapso, se extendió la edad mínima de jubilación de 65 a 67 años (gradualmente), el período de cómputo subió de 15 a 25 años, y el período de años salariales de referencia se incrementó de 35 a 37 años. Paralelamente, las jubilaciones dejaron de estar indexadas a la inflación.

Las sucesivas reformas solo postergaron los mismos problemas hacia adelante, pero el dato más alarmante es que se agotan cada vez más rápido. Esta vez, el Gobierno socialista ni siquiera está dispuesto a cargar con el costo político que supondría una cuarta reforma restrictiva, condenando así a millones de personas a una eventual (y más violenta) reforma en el futuro cercano.

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