
Esto haremos los cristeros de hoy a 100 años de nuestra guerra santa
El centenario de la Guerra Cristera nos convoca a restaurar la fe y la identidad cristiana de la nación
En unos meses más, en 2026, conmemoraremos un siglo del inicio de la Guerra Cristera (1926-1929), un conflicto que marcó la historia de México con la sangre de 200 mil mártires católicos, asesinados por un régimen anticristiano callista que buscaba erradicar la fe del pueblo.
Este centenario no puede pasar desapercibido: es una oportunidad para reivindicar la memoria de los cristeros y exigir justicia frente a un Estado que aún se niega a reconocer su culpa. La Cristiada fue una lucha de legítima defensa, por el derecho humano a la libertad religiosa.
El grito de guerra: “¡Viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe!” cimbró nuestras tierras cristeras en grandes territorios mexicanos, en especial en Jalisco, Guanajuato, Michoacán, Querétaro, Zacatecas y Ciudad de México, y hoy nos inspira a reconstruir el país desde los valores cristianos que representan al 88% de la población.
Primero, exigimos que el gobierno mexicano de Claudia Sheinbaum —que es atea, comunista y judía, pero en campaña fue a buscar apoyo del Papa, y ha usado una falda con la Virgen de Guadalupe— pida perdón por la masacre de 200 mil cristeros.
No podemos tolerar la hipocresía de su padrino Andrés Manuel López Obrador, quien el 25 de marzo de 2019 envió una carta al Papa Francisco y al rey de España exigiendo disculpas por la Conquista, calificándola de “invasión” que trajo “atrocidades” y “humillaciones”.
¿Y qué hay de los crímenes de su propio régimen ideológico? AMLO —nieto de españoles por un lado— actúa como un masón luciferino idólatra cercano al supremacismo indigenista, y guarda silencio sobre el genocidio cristero mientras señala con dedo flamígero selectivamente al pasado que le conviene en su narrativa zurda.
Esta doble moral es intolerable: en 2026, el Estado debe reconocer su responsabilidad y pedir perdón a las familias de los mártires, y a los católicos en general, honrando su sacrificio por la fe. Los cristeros no querían tierras, ni poder, ni dinero, ni fama: sólo defendían a Dios, lo sagrado. Por esto, ellos son nuestros auténticos héroes nacionales, los únicos. Eran gente religiosa, humilde, y sin otra recompensa que morir por Cristo Rey. Los federales eran gente a sueldo, y Calles era un masón decadente, con ideas socialistas, que quiso destruir al catolicismo.
Otro acto de hipocresía del gobierno de AMLO fue la adopción de nada menos que Quetzalcóatl como emblema nacional en 2021, durante las conmemoraciones de los 500 años de la caída de Tenochtitlán. El 13 de agosto de 2021, López Obrador dijo que este símbolo era un “homenaje a nuestras raíces prehispánicas”, pasando por alto que Quetzalcóatl, “dios” azteca, estaba asociado a una cultura que ofrecía sacrificios humanos diariamente. Los aztecas, conocidos por su canibalismo e inventores del pozole con carne humana, extraían corazones aún latiendo en sus altares, prácticas satánicas que nada tienen que ver con los valores de un pueblo mayoritariamente cristiano. Con esta decisión, el gobierno socialista violó el principio de Estado laico, usando nuestros impuestos para promover un culto pagano, mientras margina al cristianismo, la fe de la inmensa mayoría de los mexicanos.
En respuesta, proponemos que en 2026 el emblema nacional sea Anacleto González Flores, conocido como “el Maestro”. Anacleto, beatificado por la Iglesia Católica, fue un escritor culto, un periodista, un laico que defendió la libertad religiosa y la justicia sin empuñar un arma.
Fue martirizado en 1927 por el régimen callista, y su vida es un ejemplo de patriotismo y entrega. Este hombre, oriundo de Jalisco, organizó la resistencia pacífica a través de la Unión Popular y fundó asociaciones católicas que promovían la educación y el bien común, mostrando que la fe puede cambiar una nación sin recurrir a la violencia. Honrar a Anacleto como símbolo de 2026 sería un acto de justicia y un recordatorio de los valores que México necesita recuperar.
Tampoco podemos ignorar el silencio de instituciones que dicen abogar por los derechos humanos. El Museo Memoria y Tolerancia dedica espacios al holocausto, a Ruanda y a los feminicidios, pero no dice una palabra sobre la masacre de católicos durante la Cristiada. Esto es increíble e inaceptable. Exigimos la instalación urgente de una sala permanente que narre la persecución de los cristeros, y desde ahora comenzaremos a recolectar firmas para hacer esta demanda realidad. La memoria de nuestros mártires no puede seguir siendo invisibilizada por una narrativa progresista que odia todo lo que huela a cristianismo.
En el ámbito económico, proponemos ajustes estructurales basados en parte en la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), que promueve la economía familiar y la propiedad privada como pilares de una sociedad justa. El asistencialismo clientelar de Morena, con programas como los “apoyos” que esclavizan a los pobres a cambio de votos, ha fracasado rotundamente. La DSI nos enseña a construir una economía familiar solidaria al servicio de la persona, no del Estado, fomentando la iniciativa privada y la solidaridad. En 2026, queremos que las familias mexicanas sean el centro de la economía, no los burócratas de la 4T que despilfarran nuestros impuestos en propaganda y campañas adelantadas mientras el pueblo se hunde en la miseria.
La educación es otra prioridad fundamental. Durante la Cristiada, los católicos lucharon por el derecho a educar a sus hijos conforme a su fe, frente a un Estado que imponía una educación laicista, anticristiana y —con Cárdenas, en la segunda cristiada—, socialista.
En este contexto, no podemos olvidar la deuda histórica con los cristeros. Durante la Guerra Cristera, el gobierno masacró a comunidades enteras, quemó iglesias y profanó símbolos religiosos, mientras los fieles resistían con rosarios y escapularios como únicas armas. Esta persecución no fue un accidente: fue un proyecto sistemático para imponer un Estado anticristiano que despreciaba las raíces religiosas guadalupanas de México. En 2026, debemos exigir que esta verdad se enseñe en las escuelas y se reconozca públicamente, para que nunca más se repita semejante atrocidad.
Hoy, ese peligro sigue latente: la educación básica jamás menciona la Guerra Cristera, pero sí idolatra a Juárez, Villa o Zapata (trío de pillos), y las universidades públicas son un semillero de degeneración y están infestadas de ideologías woke y socialistas que pervierten a los jóvenes.
Proponemos desfinanciar estas instituciones que promueven el aborto, el ateísmo y la agenda progre-globalista, y redirigir esos recursos a una educación que forme ciudadanos libres, con valores cristianos y patrióticos. En 2026, la educación debe ser una trinchera de resistencia contra el secularismo que busca borrar a Dios de nuestras vidas.
Además, impulsaremos cambios estructurales en el espacio público. Exigimos renombrar calles, avenidas y la Alcaldía Benito Juárez en la CdMx, que lleva el nombre de un masón que traicionó los valores cristianos de México al imponer leyes anticlericales. En su lugar, proponemos nombres de héroes cristeros como Anacleto González Flores, el Padre Pro y Joselito Sánchez del Río, santos que dieron su vida por la fe sin derramar sangre ajena. Estos cambios no son mera simbología: son un recordatorio de que México debe recuperar su identidad cristiana frente a la agenda progresista que lo desfigura. Pedimos para este fin, desde aquí, el apoyo de Jorge Romero, presidente del PAN, para esta contrarrevolución cultural.
Proponemos también la construcción de monumentos que honren a los cristeros. Anacleto, el Padre Pro y José Sánchez del Río (Joselito) deben tener estatuas en plazas públicas, como símbolos de una resistencia pacífica que transformó la historia. Caray, porque hoy alza uno una piedra y aparecen 10 estatuas de Juárez, y fue un traidor masón comecuras que además quiso vender parte del país.
El Padre Pro, martirizado en 1927, fue un sacerdote que llevó la Eucaristía a los perseguidos, mientras que Joselito, asesinado a los 14 años en 1928, se convirtió en un ícono de la valentía juvenil. Estos monumentos serán luz para las nuevas generaciones, recordándoles que la fe y el amor a la patria van de la mano.
La unidad cristiana es el pilar de esta cruzada. Católicos, evangélicos y todos los que creemos en Cristo debemos unirnos para que 2026 sea el año de la restauración espiritual de México. No podemos permitir que las divisiones fomentadas desde el gobierno nos debiliten frente al secularismo y el socialismo que aún pretenden borrar a Dios de nuestra patria. La Cristiada nos enseñó que la fe unida puede mover montañas; hoy, esa misma fe debe ser nuestra bandera para reconstruir una nación que ha sido devastada por la narco-corrupción y la apostasía.
La lucha cristera también nos interpela a defender la libertad religiosa en el presente. Hoy, el gobierno de la 4T sigue atacando a la Iglesia con políticas que promueven el aborto, la ideología de género y el supremacismo LGBT y feminista. Mientras AMLO rinde culto a Quetzalcóatl y sus sacrificios humanos, los cristianos somos marginados y ridiculizados. Esto no es Estado laico, es persecución abierta. En 2026, debemos alzar la voz y exigir un México donde la fe del pueblo sea respetada, no pisoteada por una élite degenerada que desprecia nuestras creencias.
Finalmente, el centenario de la Cristiada debe ser un punto de inflexión. No se trata sólo de recordar el pasado, sino de construir un futuro donde los valores cristianos sean la base de nuestra sociedad. La educación, la economía, la cultura y la política deben estar al servicio de la verdad y la justicia, no de ideologías extranjeras que nos dividen (¿verdad, Marx Arriaga y amiguitos comunistas?).
En 2026, que el grito de “¡Viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe!” vuelva a resonar en cada rincón de México, desde las plazas hasta los corazones de los mexicanos. ¡Es hora de que la Cristiada inspire un nuevo despertar espiritual para salvar a nuestra patria!
¡Oración y Acción: Contrarrevolución!
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