Cuando el crimen organizado se disfraza de hincha de fútbol
Además de ir a la cancha, los barras son narcotraficantes, delincuentes y extorsionadores.
Desde que lo asesinaron, escuché varios testimonios con valoraciones positivas de Andrés "Pillín" Bracamonte por el rol "pacificador", según indicaban estas personas, que el barra brava tenía en la cancha de Rosario Central.
Por eso quiero arrancar esta columna con un mensaje claro: ser barra es lo mismo que ser narcotraficante, extorsionador o delincuente. Ser narco está mal.
El fin de semana pasado, después de 29 intentos de homicidio, Bracamonte fue asesinado a sangre fría. No nos debemos confundir: el motivo por el que lo quisieron matar tantas veces no es la disputa por el puesto de choris ni el control del estacionamiento del club. Detrás de este hecho hay una guerra narco por el territorio en Rosario.
Bracamonte formaba parte de la hinchada de Central, pero esta circunstancia no se restringe al "Canalla" o a Rosario. Las barras bravas son asociaciones ilícitas y cometen todo tipo de delitos contra las personas en todo el país.
En muchos casos, son los encargados de exigirles el pago de una suma a modo de "protección" a vecinos y comerciantes. Ni más ni menos que una extorsión, una práctica ya muy esparcida por el Conurbano bonaerense y Rosario.
De ninguna manera podemos decir que garantizan "la paz", como los mensajes que cité al comienzo de la columna. Los barras se ponen el traje de hincha de fútbol, pero son unos simples extorsionadores, perversos y psicópatas.
Se barajan dos hipótesis sobre la muerte de Bracamonte. Por un lado, se sospecha que el cártel Los Menores le arrebató el puesto para copar la tribuna de Central después de 30 años de liderazgo; mientras que la otra línea de investigación apunta a que posiblemente el -ahora- ex líder de la barra haya hablado de más en el marco de una causa por presunto lavado de activos.
Más allá de las líneas de investigación, lo cierto es que las amenazas dramáticas del estilo "Rosario se va a prender fuego" están muy lejos de la realidad ya que hoy, a diferencia de lo que ocurrió los últimos 20 años, hay una fuerte presencia de las fuerzas de seguridad en la ciudad y una clara decisión política de avanzar contra el narcotráfico, a pesar de que esté disfrazado de barra brava.
El trabajo que encabeza la ministra Patricia Bullrich en Rosario es ejemplificador, con una reducción de la criminalidad en casi un 70% en muy poco tiempo. Por supuesto, no se va a erradicar este mal por completo después de tantos años de inacción, pero el rumbo está definitivamente encaminado.
Ahora bien, en el marco de la lucha contra el narcotráfico, considero necesaria la policialización del 10% de las Fuerzas Armadas para transformarlas en una Guardia Urbana.
Una suerte de SWAT nacional que tenga funciones dinámicas que se pueda desplazar a diferentes localidades para cumplir con tareas específicas en la lucha contra el terror.
Otra acción clave y de fácil implementación es el uso de sistemas de reconocimiento facial y enumeración de todas las localidades en los estadios de fútbol para que las cámaras de seguridad puedan identificar a las personas que están en el lugar y actuar rápidamente, en caso que sea necesario.
En el aspecto legal, sugiero juicios abreviados para casos vinculados a las barras bravas para darle mayor dinamismo a las investigaciones y que los delitos sean condenados.
Por último, la contrainteligencia civil sería un punto determinante para la investigación de hechos de este tipo. Sin ir más lejos, muchas personas fueron testigos del asesinato de Bracamonte; por lo que, si contaran con vías de confianza para denunciar de manera anónima lo que vieron, podrían dar información fehaciente sobre por qué justo se cortó la luz, las ambulancias no frenaron y los patrulleros estaban lejos del lugar del hecho.
La complicidad policial es el aliado necesario de los narcotraficantes.
El autor es especialista en Seguridad y Contraterrorismo Urbano.
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