
La Campaña del Desierto fue un acto de civilización, no un genocidio
Es hora de reivindicar la gesta de Roca y rescatar del olvido el verdadero sentido de la Campaña del Desierto.
Este 16 de abril se cumplieron 146 años del inicio de la Campaña del Desierto, un proceso fundamental para la consolidación territorial, institucional y económica de la Argentina moderna. Sin embargo, lo que debería ser un momento de reflexión patriótica es, año tras año, secuestrado por una narrativa tóxica y reduccionista: la del revisionismo histórico, que ha transformado a soldados en genocidas, a próceres en villanos y al Estado nacional en una maquinaria de exterminio.
La Campaña del Desierto no fue un genocidio, sino una necesidad. Fue una acción estatal dirigida a incorporar territorios que escapaban al control del gobierno central, donde la ley del más fuerte prevalecía y donde las continuas meloneras –asalto, robo y muerte mediante– generaban un clima de inseguridad constante. No se trata de una guerra de exterminio contra los pueblos originarios, como hoy algunos quieren presentar, sino de una acción política, militar y estratégica para garantizar la soberanía, el orden y la paz en todo el territorio argentino.
Basta recordar las palabras de Lucio V. Mansilla, que, tras convivir con los pueblos indígenas en su célebre obra Una excursión a los indios ranqueles, dejó claro que la violencia no era patrimonio exclusivo del Estado, sino parte de un conflicto mucho más complejo. Los malones no eran simples respuestas desesperadas, sino incursiones organizadas que asesinaban, secuestraban mujeres y niños, y arrasaban estancias.

Pero el revisionismo no busca comprender la historia en su contexto: la recorta, la deforma y la convierte en bandera ideológica. Para ellos, todo lo que huela a autoridad, civilización o defensa nacional es opresión. Los mismos que idealizan guerrillas marxistas que sembraron el terror en los años 70, hoy lloran por la “invasión” del desierto como si Roca hubiera ordenado el holocausto.
Julio Argentino Roca, en cambio, fue un constructor. Bajo su mando, Argentina pasó de ser un país fragmentado y vulnerado a una nación unificada, con fronteras claras, presencia estatal efectiva y potencial productivo. Fue gracias a esa campaña que la Argentina incorporó la Patagonia, extendió el ferrocarril, impulsó la inmigración y colocó al país en el umbral de convertirse en una de las potencias agroexportadoras del mundo.
En palabras del historiador Félix Luna, que no puede ser acusado de ultraconservador, Roca fue “el político más eficaz que tuvo el país en el siglo XIX”. Su acción, lejos de ser criminal, fue profundamente racional: “Si no lo hacíamos nosotros, lo hacían los chilenos”, advertía Luna en sus clases.
Por su parte, José Ignacio García Hamilton, liberal y defensor de los derechos individuales, señaló que la Campaña del Desierto era un paso inevitable hacia la modernización nacional. "La formación del Estado nacional requirió delimitar el territorio, imponer la ley y asegurar la propiedad. Sin eso, no hay derechos que proteger ni justicia que garantizar", escribió en su libro Los amores de la historia.

¿Acaso puede haber derechos sin Estado? ¿Puede haber convivencia sin ley? ¿Puede haber nación sin territorio soberano? El revisionismo, atrapado en su infantilismo ideológico, responde a estas preguntas con consignas vacías y repite el libreto de una supuesta “Argentina genocida”, en una obsesión que bordea lo autodestructivo.
El revisionismo ignora, además, que muchos caciques firmaron acuerdos con el Estado, que algunos pueblos originarios se integraron voluntariamente y que los conflictos entre tribus eran frecuentes y violentos. La visión idealizada del “buen salvaje” no resiste ni el archivo ni el sentido común.
Por supuesto que la Campaña del Desierto tuvo episodios de brutalidad, como toda guerra. Sería absurdo negarlo. Pero reducirla a una masacre es tan insensato como llamar genocidio a la conquista de América por parte de los españoles oa la unificación italiana por parte de Garibaldi. La historia de los pueblos está hecha de conflictos, choques y decisiones difíciles. Juzgar el pasado con la lupa moralista del presente no es una virtud: es un vicio.
La Argentina no necesita más revisionismo: necesita recuperar su autoestima histórica, reconciliarse con sus procesos fundamentales y entender que sin Roca, sin la campaña, sin el Estado nacional consolidado, no habría democracia, ni derechos humanos, ni república posible.
Hoy, a 146 años de aquella gesta, es tiempo de dejar de pedir disculpas por haber construido un país. Es hora de decir con claridad que la Campaña del Desierto fue una acción legítima, necesaria y patriótica. Y que su protagonista, lejos de ser borrado de los billetes, merece ser recordado como lo que fue: un estratega brillante y un padre de la Argentina moderna.
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