Esteban Queimada no hizo nada malo
El comunicador está siendo perseguido con una denuncia penal falsa.
La opinión de Felipe Villamayor
Uno de los grandes dogmas de nuestra era –quizás el que conlleve las mayores consecuencias de tipo legal y social– es la obligación de rendir pleitesía a todo individuo percibido como una “víctima”.
Este dogma se ha instaurado a través de la imposición normativa y vertical de la ideología de lo “políticamente correcto”, con el objetivo, según sus principales defensoras, de reparar “desigualdades históricas” que habrían sufrido los integrantes de colectivos minoritarios.
Paradójicamente, esta lógica ha convertido a las supuestas víctimas en ciudadanos con un estatus legal y social superior al del resto; ahora, en función de su color de piel o de su sexo, pueden aspirar a cargos institucionales o a recibir un trato diferencial por parte del aparato legal y burocrático-estatal.
El caso Queimada
Traigo esto a colación porque, hace un par de meses, el periodista Esteban Queimada calificó a la ex candidata a diputada Yessy López como no apta para desempeñarse en la función pública, refiriéndose a ella como una "negra, ex candombera, tatuadora, ex gato e ignorante de mierda".
Queimada justificó sus calificativos citando declaraciones de la propia López, quien, en una conferencia de prensa, al ser consultada sobre los motivos por los cuales deseaba ocupar una banca en diputados, respondió de forma muy elocuente: “Por hacer algo por nuestra cultura… Hacer algo por los que necesitan más… Poder llegar desde nuestro lugar como artistas a hacer algo… La verdad no sé mucho de política, se me presentó esta oportunidad y no la voy a dejar pasar…”
Y, dado que la antedicha mujer presenta características que la hacen acreedora de su carnet de víctima (el hecho de ser negra, conchaportante y saber bailar uno de los peores géneros musicales de la historia), se le concede la prerrogativa de concurrir a fiscalía y usar la ley para generar toda esta suerte de teatrillo desagradable y bochornoso, propio de regímenes totalitarios.
No creo sorprender a nadie al señalar lo orwelliano de esta situación. En nombre de salvaguardar vagas abstracciones como el “amor”, la “igualdad” y la “inclusión”, unos pocos actores se arrogan el derecho de emplear el aparato coercitivo y desmoralizante del Estado para acallar cualquier foco de crítica e incomodidad.
No hay dudas de que Queimada está en el horno desde el punto de vista legal, mas no desde el filosófico.
En términos aristotélicos, se supone que las leyes deberían tener un componente moral, en el sentido de que las acciones que promuevan deben coincidir plenamente con los principios de la virtud.
Y es aquí donde no logro comprender qué virtud se estaría promoviendo al otorgar a un actor político –ya sea por su color de piel o su sexo– el derecho a blindarse contra el insulto, el libelo o cualquier expresión fruto de una justa indignación.
Además, los marcos normativos en los que se ampara López no dejan de ser incoherentes e imposibles de aplicar de manera general.
Pongo un ejemplo: vayan a cualquier librería de su zona, abran un libro de un autor clásico, por ejemplo, el ya mencionado Aristóteles, se van a encontrar con pasajes de este estilo:
“Todos los ciudadanos tienen razón en considerarse con derechos, pero no la tienen al atribuirse derechos absolutos: como, por ejemplo, lo creen los ricos, porque poseen una gran parte del territorio común de la ciudad y tienen ordinariamente más crédito en las transacciones comerciales; y los nobles y los hombres libres, clases muy próximas entre sí, porque a la nobleza corresponde realmente más la ciudadanía que al estado llano, siendo muy estimada en todos los pueblos, y además porque descendientes virtuosos deben, según todas las apariencias, tener virtuosos antepasados, puesto que la nobleza no es más que un mérito de raza”.
Prueben hacer lo mismo con Schopenhauer o con Nietzsche. Les aseguro que encontrarán pasajes que la señorita López y su abogada perfectamente podrían calificar de racistas o misóginos.
Estos autores, sin embargo, mueven en nuestro país miles de ejemplares por año, cifra comparable al número de oyentes que Queimada recibe en diferido.
¿Por qué estos libros no son blanco de acciones legales, pero sí los dichos particulares de este periodista?.
¿Es que solo los autores clásicos pueden gozar impunemente del privilegio de ser racistas y misóginos?
¡Me parece muy injusto!
Pero, ¿qué más agregar salvo señalar que el emperador no solo está desnudo, sino que ahora baila candombe, uno de los peores géneros musicales de la historia?
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