Perdió el desarrollismo ganó el desarrollismo...¡viva el gatopardismo!
El modelo económico de Orsi y Delgado eran prácticamente el mismo
Por: Roque Garcia
El día de las elecciones, el presidente Lacalle Pou felicitó al flamante presidente electo, Yamandú Orsi, casi al instante en que las proyecciones de escrutinio se hicieron públicas.
Detengámonos en este detalle: no fue necesario contar todos los votos, ni revisarlos, ni mucho menos pedir las actas para un reconteo. Lo que las empresas privadas daban como tendencia ya fue suficiente.
Este hecho debería llenarnos de orgullo: no en vano somos la 11.ª mejor democracia del mundo.
Sin embargo, aceptemos algo con sinceridad: esta vez, no había tanto en juego. Los dos modelos económicos propuestos eran esencialmente el mismo: el desarrollismo. Aunque dentro del Frente Amplio existen sectores que sueñan con un Estado dueño de todos los medios de producción, como los comunistas, o con una sociedad sin clases, como los socialistas, la fuerza arrolladora del FA es el MPP, desarrollistas hasta la médula.
Por eso, esta elección parecía algo así como decidir entre Pepsi y Coca-Cola: una cuestión de matices.
¿Qué es el desarrollismo y por qué domina en Uruguay?.
El desarrollismo es lo que quedó después del fracaso del modelo de sustitución de importaciones.
En este esquema, el Estado ya no produce ni pesca ni monopoliza seguros o telecomunicaciones, pero decide qué sectores apoyar y sustituye la "mano invisible" del mercado por la "mano visible" de la política, dirigida por algún tecnócrata más o menos oscuro pero acreditado en la materia.
El Estado no produce, pero decide qué y cómo se debe producir para alcanzar ese desarrollo prometido y, por supuesto, nunca logrado.
El primer político uruguayo que abrazó esta idea fue Wilson Ferreira Aldunate, impulsado por los postulados de la entonces poderosa CEPAL. Si fuera por nombres, América Latina sería la región más desarrollada del planeta: llevamos más de medio siglo desarrollándonos.
¿Por qué falla el desarrollismo?
La respuesta es simple: parte de una ilusión. Supone que existe un tecnócrata capaz de determinar, con precisión, el valor económico de un bien o sector dentro de 20 o 30 años. Alguien tan sagaz que puede predecir qué sectores deben ser apoyados hoy para alcanzar ese soñado desarrollo.
La verdad es que cualquier persona con esa capacidad estaría trabajando en el sector privado, ganando fortunas, y no soportando 20 años de burocracia gris. Porque si soporta la burocracia estatal durante décadas, ya no es un genio visionario, es un burócrata más.
La burocracia estatal no tiene la flexibilidad ni la creatividad necesarias para imaginar el futuro de los mercados globales.
La elección del domingo: dos caras de lo mismo
El pasado domingo, lo que teníamos eran dos modelos desarrollistas. Uno más vinculados al capital, y otros mas vinculado al trabajo pero todos rodeados de gerentes sindicales (no se puede llamar dirigentes a los sindicalistas a sueldo, son gerentes) y adoradores del capitalismo prebendario.
Ninguna de estas variantes del modelo lleva al desarrollo verdadero. Porque ni los burócratas, ni los tecnócratas, ni los gerentes del capital o del trabajo son capaces de predecir con acierto el mercado del futuro, y mucho menos el mundo que se nos viene.
La verdadera solución: libertad
La única vía probada hacia el desarrollo es la libertad: la libertad de emprender, de crear, de equivocarse y de aprender. El progreso nace de las ideas que florecen en un entorno donde no hay quien les ponga techo.
De esto hablaremos en otra columna. Por ahora, celebremos que nuestra democracia ha salido airosa en esta transición del desarrollismo al desarrollismo. Porque, como dijo el célebre Tancredi, ese cínico encantador personaje de la novela El Gatopardo: "Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie". En Uruguay perdieron los desarrollistas y ganaron los desarrollistas. Viva el gatopardismo.
La verdadera solución sigue siendo la libertad en su mayor extensión imaginable.
Hacia allá vamos.
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