La degradación democrática: entre la kakistocracia y la olocracia
El gobierno de los peores, una degradación de la democracia.
Por Ignacio Supparo Teixeira.
Con la democracia ocurre algo curioso: todo el mundo la desea, pero nadie cree en ella. Seguramente, alguna vez se han tomado la cabeza exclamando ¡¿Cómo puede ser que esta gente esté a cargo y tome decisiones?!.
Pues bien, quizás, un término poco conocido nos pueda hacer meditar sobre una posible respuesta.
La “kakistocracia” es el “gobierno de los peores”, una degradación de la democracia en donde la actividad política esta controlada y dirigida por gobernantes ineptos, incompetentes, cínicos, inescrupulosos, que lo único que anhelan es vivir de la política toda su vida en atención a que en el ámbito privado de la competencia y el mérito propio han fracasado.
La política se le presenta entonces como esa seductora oportunidad que conjuga poder, demagogia y la posibilidad única de enriquecerse a expensas del trabajo ajeno (si lo que describo no le cabe a nuestro gobierno, estimado lector, usted no vive en el mismo país que yo).
Hay que remontarse muy atrás en el tiempo para rememorar a un Uruguay con políticos de fuste, honestos, que ejercían la actividad política muchas veces a costa de su propio bolsillo, siendo su único anhelo mejor la vida a la gente, brindar un verdadero servicio.
Eran otros tiempos, otra cultura, otra educación. Hoy la realidad es muy distinta, todo ha cambiado mucho y la arena política se ha convertido en una lucha sin cuartel en el estiércol, y claro está, en ese ambiente putrefacto los que triunfan son los peores hombres, ruines, mientras que los nobles hombres y mujeres de nuestro país quedan relegados, decidiendo no ensuciarse y que se los contamine.
Es lógico, no quieren que su buen nombre sea injustamente mancillado.
La consecuencia de esto es nefasta para nuestra sociedad porque el espacio que no ocupan esos hombres y mujeres de buena voluntad es tierra fértil para que sean los más incapaces y corruptos los que ejerzan la política…y nos gobiernen.
Mediocridad política
La mediocridad de quienes integran nuestra democracia es verdaderamente alarmante y por supuesto que lo será también todo lo que la rodea y todo lo que produce: leyes, sentencias judiciales, lenguaje, modelos a seguir, degradación moral, etc. ….y de eso no hay un atisbo de duda.
Es un proceso degradante paulatino y progresivo que avanza lento, pero sin pausa, no se detiene, y que queda cada vez más en evidencia.
Los candidatos de la reciente elección y sus partidos políticos son una gran muestra de lo que aquí refiero.
Nuestros gobernantes, sea del partido que sea, están inundados de una completa deshonestidad, improvisación, voluntarismo; prometiendo sin cumplir, negándose a perder sus privilegios de casta y ocupándose de sus intereses particulares, alentando las regulaciones, los monopolios y la burocracia que son una fuente inagotable de corrupción e impunidad, que se ausentan frente a las responsabilidades y que trabajan con desgano, sin intervenir ni proponer.
Un sistema donde los hombres pretenden perpetuarse en el poder, siempre nivelando hacia abajo, apartando a los mejores y aplaudiendo a los peores.
Se sustituye la calidad por la cantidad siguiendo la línea del menor esfuerzo.
La kakistocracia propende a la idiotización mediática de grandes masas electorales (y dígame si, a esta altura, no se le dibujó algunos de nuestros célebres gobernantes).
Utilizan el engaño para seducir a la mayoría de votantes, que se muestran como seres irracionales que ven a su líder como la solución de todos sus problemas, con la ingenua idea de que el caudillo los va a escuchar y que acaso les importa sus vidas y sus problemas.
Gobernantes que ven a sus votantes como meros instrumentos, un público al que hay que convencer mediante el marketing, la publicidad engañosa y la demagogia.
¡No confundir! No hablamos de demagogia (ya identificada por Aristóteles como la forma “impura” de la democracia). Es importante comprender que, aun cuando se trate de un gobierno Demagógico, para ser Kakistocrático, este debe además estar formado por los menos capacitados para gobernar en todo sentido.
Es un paso mas, donde se conjugan demagogia + ineptitud + cinismo. Es como ingresar a un curso, preguntar “¿quién es el peor alumno?”, y, al que levanta la mano, sin más, ponerlo de profesor.
Esa es nuestra democracia de hoy: el peor alumno asignado para dar un Master. Y los alumnos (votantes) creyendo que ese profesor podrá dar una buena enseñanza y confiando ciegamente en él.
El fanatizarnos por una bandera, ser “hincha” de un partido político y nunca jamás evolucionar y cuestionar el voto, es un síntoma claro de la mediocridad de nuestra democracia; una muchedumbre enardecida que elige los gobernantes sin realizar el más mínimo análisis de lo que propone, sin tomar en cuenta sus acciones, su conducta, sus antecedentes.
El político lo sabe a la perfección y se aprovecha de esto.
En las democracias socialistas actuales los votantes se convierten en una turba irracional que prefiere ser engañada antes que descubrir la verdad, y entonces el voto se guía por cuestiones superficiales como la imagen, la simpatía, lo estético, y claro está, por los regalos y el puesto de trabajo.
Sin embargo, sospecho que la razón principal es que tenemos pereza o desinterés de investigar y conocer los valores del candidato.
No existe ningún incentivo para votar responsablemente y entonces dejamos que nos gobiernen los peores.
A veces, cuesta creer que nuestros gobernantes sean quienes son. A veces pienso: “habiendo tanta gente capaz en mi país, ¿cómo puede ser que ni una de esas personas esté en la política? ¿Qué extraño designio los expulsa, o no es capaz de atraer ni a uno solo de ellos a la función de gobierno?”.
Simplemente, hemos cambiado nuestra forma de gobierno, sin siquiera darnos cuenta: hemos instaurado una “Kakistocracia”.
A la degradación kakistocratica de nuestra democracia se suma lo que el filósofo griego Polibio, allá por los 200 años A.C, llamo la oclocracia (“gobierno de la muchedumbre”) cuando somos testigos que las decisiones políticas son dictadas por las pasiones de las multitudes más que por un proceso racional y reflexivo.
El «populacho” grita, pide y reclama, y allí está el oclocrata para conceder, dar y no perder popularidad.
El “gentío” se rinde y siente que, a través del oclócrata, ejerce el poder y que su propia situación personal mejora, aunque esté hundiéndose en la más profunda de las miserias, pero jamás pierde la esperanza.
Sus limitaciones culturales, sociales, económicas le impiden ver la realidad y queda a merced de ese sujeto manipulador que lo controla mientras disfruta de su poder.
El político lo sabe y saca máximo provecho de ello. A partir de entonces el oclócrata hace uso de la demagogia y apela a emociones irracionales mediante estrategias como la promoción de discriminaciones, fanatismos y sentimientos nacionalistas exacerbados; fomenta el miedo y el enfrentamiento; utiliza una repetida retórica generalmente grosera, burda y plena de descalificaciones a sus opositores, con miras a permitirse el control de la «turba».
La oclocracia es el último estado de la degradación de la democracia, es cuando un pueblo decide siendo manipulado y sin información, es el peor de los sistemas políticos que termina «agrietando» a una sociedad y se nutre del rencor y la ignorancia.
El escenario es complejo y por eso es impostergable comenzar la batalla cultural, social y política cuanto antes, con el objetivo de cambiar esta triste realidad, de manera de contribuir al ejercicio de una política sana, limpia y honesta, que salga de una buena vez del estiércol en la que está inmersa.
Hay que ser muy claros y contundentes: es el LIBERALISMO el único movimiento que cuenta con los principios, fundamentos y valores éticos y morales para librar esa batalla. Ningún otro partido lo hará. Y no lo hará porque ellos son parte del problema, son los principales culpables del deterioro de nuestra sociedad. No tienen autoridad moral para librar esa batalla. Están contaminados.
¡No! Sera el movimiento liberal el único que podrá torcer el rumbo de esta democracia infectada de inmoralidad.
Mientras tanto, los peores hombres seguirán gobernando la “muchedumbre” y lo único que anhelo es que el daño que nos ocasionen en el futuro a nuestra vida, libertad y propiedad sea el menor posible.
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