
Robert Sarah, el cardenal conservador que podría suceder a Francisco
Referente del ala tradicionalista, su perfil crece entre quienes piden un giro doctrinal en la Iglesia.
La reciente muerte del Papa Francisco ha abierto inevitablemente el debate sobre su sucesión. Con un Colegio Cardenalicio mayoritariamente designado por él, muchos suponen que el próximo pontífice continuará con su línea pastoral, de enfoque social y aperturista.
Sin embargo, en medio de las especulaciones, un nombre resuena con fuerza entre los sectores más conservadores de la Iglesia: el del cardenal Robert Sarah. Este purpurado guineano, conocido por su fidelidad doctrinal, su compromiso con la tradición litúrgica y su firme defensa de los principios morales de la civilización cristiana, encarna una propuesta de clara restauración para la Iglesia del siglo XXI.

Un perfil forjado en la fidelidad
Nacido el 15 de junio de 1945 en Ourous, un pequeño pueblo en Guinea, Robert Sarah proviene de una familia animista convertida al catolicismo. Fue ordenado sacerdote en 1969, y en 1979, a los 34 años, el papa Juan Pablo II lo nombró arzobispo de Conakri, convirtiéndose en el prelado más joven del mundo en ese momento. Su trayectoria en la Santa Sede ha sido igualmente destacada: secretario de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, presidente del Pontificio Consejo "Cor Unum" y, finalmente, prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos desde 2014 hasta su renuncia en 2021.
Fue el papa Benedicto XVI quien lo creó cardenal en 2010, y con quien mantuvo una afinidad profunda tanto teológica como litúrgica. Sarah ha sido descrito como uno de los más fieles herederos del pensamiento de Ratzinger, especialmente en su preocupación por la "hermenéutica de la continuidad" y su diagnóstico de una "dictadura del relativismo" que amenaza a Occidente y a la Iglesia misma.
Pensamiento en lo económico del cardenal Sarah
El cardenal Sarah ha insistido en la importancia de que la economía esté al servicio del ser humano y no al revés. Si bien no es un economista, ha manifestado su preocupación por los modelos económicos que subordinan la libertad personal y la iniciativa privada a estructuras estatales coercitivas.

Sarah ha sido claro en su rechazo a la economía planificada, advirtiendo que los regímenes que intentan organizar toda la vida económica desde el Estado acaban negando la libertad humana y atentando contra la dignidad personal. En su visión, el colectivismo económico, como el practicado en experiencias socialistas y comunistas, ha llevado inevitablemente al fracaso moral y material, destruyendo tanto la creatividad como el tejido comunitario natural de las sociedades.
Para el cardenal, una economía libre, ordenada por principios morales sólidos, la subsidiariedad, la justicia y la solidaridad, es compatible con la doctrina social de la Iglesia. No se trata de idolatrar el mercado, sino de permitir que las personas, familias e instituciones intermedias puedan prosperar sin la opresión del Estado omnipresente.
Defensor de la tradición frente al modernismo
El cardenal Sarah es una figura emblemática del ala tradicionalista de la Iglesia Católica. Se ha manifestado firmemente en defensa de la liturgia tridentina y ha promovido la celebración de la misa ad orientem, es decir, mirando hacia el este litúrgico, como un gesto teológico que remite al misterio de la cruz y la resurrección.
En su obra escrita, particularmente en libros como Dios o nada, La fuerza del silencio y Se hace tarde y anochece, Sarah sostiene una crítica frontal al mundo moderno, caracterizado por la pérdida del sentido trascendente y la disolución moral. Según él, la crisis de la Iglesia no es simplemente institucional o pastoral, sino espiritual y doctrinal.

Desde esta perspectiva, se opone abiertamente a los intentos de "aggiornamento" doctrinal que, en su opinión, diluyen la identidad católica. Su crítica incluye posiciones contemporáneas sobre la bendición de uniones homosexuales, la comunión para divorciados vueltos a casar y la ordenación de mujeres al diaconado. Para Sarah, estas discusiones no son simples adaptaciones pastorales, sino síntomas de una grave confusión doctrinal.
Aliado espiritual de Benedicto XVI
La sintonía espiritual e intelectual entre el cardenal Sarah y el papa Benedicto XVI es profunda y evidente. Ambos comparten una visión teológica anclada en la verdad objetiva, la centralidad de Cristo y la defensa de la liturgia como expresión máxima del misterio divino. Coinciden en su diagnóstico de una crisis de fe en el mundo moderno, provocada por el relativismo moral, la secularización agresiva y la pérdida del sentido trascendente.
Sarah ha adoptado la “hermenéutica de la continuidad” propuesta por Ratzinger como clave para interpretar el Concilio Vaticano II, alejándose de lecturas rupturistas que, en su opinión, han debilitado la identidad católica. Además, ambos han sido férreos defensores del celibato sacerdotal, la sacralidad de la Eucaristía y la necesidad de una liturgia reverente, orientada a Dios más que al hombre. No es casual que Sarah sea considerado por muchos como el verdadero continuador del legado teológico y pastoral de Benedicto XVI en tiempos de confusión doctrinal.
Un papabile improbable pero significativo
Con la vacante papal, el nombre de Robert Sarah ha vuelto a circular en las listas de posibles sucesores. Aunque su elección se enfrenta a obstáculos evidentes, la mayoría de los cardenales fueron creados por Francisco y podrían inclinarse por una línea continuista, Sarah representa una posibilidad concreta de ruptura. En términos eclesiales, su elección supondría una suerte de "contrarreforma" interna, una vuelta al rigor doctrinal y a la sacralidad litúrgica.

Más allá de su edad (tiene 79 años), su figura simboliza un reclamo de amplios sectores católicos que se sienten marginados en la era de Francisco. El cardenal africano canaliza el malestar de quienes perciben que la Iglesia ha dejado de ser faro moral para convertirse en eco del mundo. En este sentido, su candidatura trasciende lo electoral: expresa una tensión profunda sobre el rumbo espiritual de la Iglesia.
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