Un hombre con saco morado y camisa azul claro aparece a la izquierda de un fondo oscuro, a la derecha se lee "Daniel Echeverría" junto al logo de "La Derecha Diario".
OPINIÓN

Sheinbaum vs Zedillo: El acoso del Estado para ocultar el fracaso

La mandataria responde con descalificaciones al señalamiento de Zedillo sobre la reforma judicial y el autoritarismo.

La reacción de la presidenta Claudia Sheinbaum a la crítica de Ernesto Zedillo no solo confirma una tendencia nociva del obradorismo: la corriente ideológica de la presidenta, que sigue sin poder instaurar la era del sheinbaumismo. Ante argumentos sólidos, Sheinbaum escoge el camino más fácil y más ruin: el desprecio personal, la descalificación automática, la evasión deliberada, el pago de propaganda en medios. Porque no puede, o no quiere, confrontar los hechos con ideas. Porque, sencillamente, no tiene con qué.

Zedillo, quien tiene sus luces y sombras entre el FOBAPROA, Acteal y el triunfo de la tecnocracia en el México previo al nuevo milenio, fue un presidente que enfrentó una de las peores crisis económicas de la historia reciente con responsabilidad y resultados: alejado de la popularidad, porque gobernar bien no siempre va de la mano con esta. Los mexicanos no comemos de aprobación en las encuestas. Estabilizó al país. Impulsó la autonomía del Banco de México. Avanzó la transición democrática con la creación del IFE autónomo y permitió la alternancia en 2000, sin recurrir al dedazo ni al aparato del Estado. Se fue con dignidad y sin ambiciones transexenales a uno de los claustros académicos más influyentes de Occidente y del mundo: Harvard. A diferencia de López Obrador y ahora de Sheinbaum, Zedillo no necesitó esconderse detrás de una narrativa victimista ni de un ejército de propagandistas para justificar su gestión.

Y es precisamente por eso que molesta tanto. Porque habla desde la experiencia. Porque señala, con precisión, el verdadero riesgo que representa la reforma judicial: la demolición controlada de la división de poderes. Porque se atreve a llamar las cosas por su nombre. “Golpe de Estado constitucional”, lo llama. Y tiene razón. La imposición de una mayoría legislativa con métodos turbios, seguida por una reforma que somete al Poder Judicial al capricho del Ejecutivo, es el manual de una tiranía vestida con ropaje legal.

¿Y qué responde Sheinbaum? Acoso del Estado a quien piense diferente. O peor: “Zedillo no tiene calidad moral”. La frase favorita de quien no puede rebatir una sola línea del argumento que enfrenta. La presidenta se esconde detrás del descrédito fácil, porque no puede mostrar resultados ni rumbo. A diferencia de Zedillo, que recibió un país en ruinas y lo dejó de pie, Sheinbaum hereda un país con instituciones debilitadas, violencia disparada y un presidente que hizo trizas los contrapesos. ¿Qué puede presumir? ¿La militarización? ¿El desmantelamiento del INAI? ¿El colapso del sistema de salud? El único legado claro que recibe es el aparato de propaganda.

Por eso necesita el escudo de la descalificación. Porque si se abriera un debate real, quedaría expuesta. Porque si se compara su proyecto con el de Zedillo, la diferencia es abismal: uno gobernó con la Constitución en la mano; la otra parece dispuesta a pisotearla para no incomodar a su antecesor.

Zedillo, en cambio, no rehúye la discusión. Propone. Plantea una salida: suspender la entrada en vigor de la reforma judicial, abrir un periodo de deliberación nacional, reconstruir las bases del equilibrio democrático. Y aún va más allá: sugiere recuperar la transparencia, reinstalar al INAI, revisar con lupa el legado de López Obrador. ¿Qué dice Sheinbaum? ¿Qué dice Palacio Nacional? Solo repiten el viejo mantra: “El que critica, miente. El que disiente, traiciona”.

Pero esta vez no va a bastar. Porque el país ya no es el mismo. Porque la democracia mexicana —tan frágil, tan golpeada— no puede permitirse otro sexenio de sumisión. Porque hay quienes, como Zedillo, siguen dispuestos a dar la batalla desde la razón.

Sheinbaum tiene dos caminos: abrir la puerta al diálogo o convertirse, sin pretextos, en la administradora de un régimen autoritario. Que elija ya. El silencio, esta vez, solo confirma el miedo.

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