
El Eternauta: Cómo su creador eligió la violencia y fue convertido en santo por los K
Aunque fue un autor brillante y guionista talentoso, también fue propagandista de la subversión y miembro de Montoneros,
En la Argentina de los mitos convenientes, pocos han sido tan peligrosamente exaltados como Héctor Germán Oesterheld. Creador de El Eternauta, autor brillante y guionista talentoso, sí. Pero también: propagandista de la subversión, intelectual orgánico de Montoneros y figura clave en la construcción de una narrativa violenta que empujó a toda una generación al abismo de la guerrilla marxista.
Lejos de ser un mero artista perseguido por su arte, Oesterheld fue un operador ideológico. En los años 70, cuando la Argentina ardía entre bombas, atentados y secuestros, él no dudó en poner su pluma al servicio de la organización armada más sangrienta de la historia reciente del país.
Escribió panfletos para Montoneros, celebró la lucha armada, y militó activamente en favor de un proyecto totalitario que soñaba con tomar el poder por medio de las armas. Ese no fue un error, fue una elección.

Pero en el país del relato, Oesterheld terminó convertido en mártir. ¿Cómo? Gracias al kirchnerismo, que en su afán de monopolizar el pasado, hizo de este militante radicalizado un “símbolo de la resistencia popular”.
El mismo kirchnerismo que reescribió los años 70 como una lucha entre ángeles revolucionarios y demonios militares, blanqueó el pasado montonero de Oesterheld y lo transformó en una víctima perfecta para el altar de los “30.000”.
Nada se dice en esa hagiografía sobre el hecho de que Oesterheld eligió meter a sus propias hijas en la organización armada. Las cuatro terminaron muertas. La tragedia familiar no fue una imposición del “terrorismo de Estado” como se dice mecánicamente, sino consecuencia directa de una militancia suicida que se alimentaba del odio de clase, el delirio guevarista y la épica de la muerte útil. ¿Dónde estaba el escritor responsable? ¿El padre protector? Estaba redactando para la guerrilla.
Y ahora, en 2025, llega la serie de Netflix. Con el sello bendito de la corrección política global y el visto bueno del progresismo local, El Eternauta vuelve, no como obra de ciencia ficción, sino como otro vehículo para el lavado de cara de la izquierda armada.

En esta versión, el personaje Juan Salvo es una alegoría del militante justiciero, el que resiste al mal absoluto (los “Ellos”), que bien podrían ser “los milicos”, “los liberales”, o cualquier forma de orden que impida el avance del paraíso revolucionario.
La serie no es arte: es propaganda. No hay contexto, no hay debate, no hay responsabilidad. El Oesterheld que nos quieren vender es el del escritor víctima, censurado, secuestrado por pensar. Nunca se menciona que eligió estar en la clandestinidad, que contribuyó a la maquinaria de Montoneros, que sus palabras alimentaron la lucha armada. El relato lo borra todo, convenientemente.
Así funciona la industria de la memoria kirchnerista: con guionistas que murieron por las armas que aplaudían, con jóvenes que “soñaban” y ponían bombas, con padres que llevaron a sus hijas a la muerte y luego fueron canonizados. Y ahora, con productores que convierten eso en series de streaming para exportar el mito al mundo.
Oesterheld no fue un inocente. Fue un ideólogo de la violencia que usó la ficción como campo de batalla. Su figura debería ser recordada no como la del héroe trágico, sino como advertencia: la inteligencia no vacuna contra el fanatismo, y la pluma también puede matar.
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