
La Revolución de Mayo fue el fin de una era: Estamos viviendo el fin de otra
La Revolución de Mayo y la revolución liberal que comenzó Javier Milei tienen puntos en común que trascienden los 215 años de historia que las separan.
Por Alejandro Gómez, historiador y profesor de la Fundación Faro.
El 25 de mayo de 1810 fue el día en que los miembros del Cabildo de la Ciudad de Buenos Aires, Capital del Virreinato del Río de la Plata, decidieron tomar el control del gobierno colonial hasta que el Rey Fernando VII recuperara su libertad del cautiverio al que lo tenía sometido Napoleón.
De hecho, la Primera Junta de gobierno devendría en la Junta Conservadora de los Reales Derechos de Fernando VII. Mucho se ha escrito y dicho sobre este acontecimiento, identificándolo como el inicio de la patria y la argentinidad. En realidad, el suceso es mucho más complejo, siendo el inicio de la transición entre el Antiguo Régimen y la Modernidad.
Salvando las distancias y teniendo en cuenta todos los atenuantes que caben al comparar dos períodos tan disímiles como los acontecimientos de 1810 y los del presente, podríamos decir que, en la actualidad, que nos encontramos ante un proceso de ruptura de condiciones parecidas.

Como todo proceso histórico, sujeto a interpretaciones intelectuales, lo que sucedió en 1810 fue el inicio de un recorrido que muchos años después culminaría en la formación de la Nación Argentina.
Se trató de una lucha entre los criollos y la elite española que no quería resignar los privilegios ostentados durante décadas en el Río de la Plata. Ambos grupos pretendían ser los legítimos detentadores de la representación de los habitantes ante la ausencia del monarca.
La novedad, no era la lucha por el poder, sino las ideas que irrumpían en la región como consecuencia de los que se llamó el iluminismo que, entre otras cosas, abogaba por la igual de derechos y el fin de los privilegios de la nobleza y el clero; aunque ello no implicara la incorporación masiva de las clases populares al juego político. Para ello, habría que esperar unos cien años hasta la sanción de la Ley Sáenz Peña en 1912.

En realidad, los patriotas tampoco tenían muy en claro cuál sería el derrotero de la decisión que tomaron el 25 de mayo. Esta situación quedó demostrada en la reacción que tuvieron las provincias ante la decisión inconsulta del Cabildo de Buenos Aires.
La versión oficial, que aprendemos en la escuela, nos dice que ese día todo el mundo sabía perfectamente qué hacer y qué modelo de país querían, tachando de traidores o antipatria a aquellos que se opusieron a lo decidido por el Cabildo.
Pero la situación era mucho más compleja, ya que las diferencias no eran solo entre criollos y españoles, sino, sobre todo, entre la gente de Buenos Aires y el resto de las provincias. Así, los debates y los conflictos se sostuvieron hasta comienzos de la década de 1860, cuando el país, finalmente, se encolumnó detrás de la Constitución de 1853.
A lo largo de esos años, los líderes políticos se enfrentaron por el control de los recursos (concentrados casi exclusivamente en la aduana de Buenos Aires), la libre navegación de los ríos interiores y la forma de gobierno que debería regir al país, unitaria o federal. Tomó un poco más de cinco décadas para que estas disputas se pudieran resolver.

El proceso ha sido largo e intrincado. No siempre se supo qué hacer ni a hacia dónde virar. Los próceres de aquella gesta tomaron decisiones que ponían en riesgo sus vidas y sus propiedades.
De todos modos, no dudaron en arriesgar su propiedad y sus vidas para llevar adelante sus ideales; lo cual culminaría en el surgimiento de una nación libre y próspera a finales del siglo XIX. Para ello, no se aferraron al pasado, sino que miraron al futuro que se les abría con las nuevas ideas que promovían la libertad.
Dejaron atrás la monarquía absoluta y se embarcaron en un proyecto de construcción de una república, la cual quedaría refrendada en la Constitución de 1853. Pero como en todo proceso histórico, el trayecto fue mucho más largo y complicado de lo que muchos creen (o nos quieren hacer creer), el mundo estaba cambiando y nuestros líderes se encaramaron detrás de ese cambio.
Las ideas que propiciaban el fin de los privilegios y la libertad individual, tanto política como económica, fueron las que motivaron su accionar.

Probablemente hoy estemos frente a cambios parecidos a los ocurridos a finales del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX. La irrupción de la tecnología, la IA y las redes sociales, nos ofrecen nuevas formas de relacionarnos, acceder a la información y de participación política.
Quienes durante décadas se atribuyeron la representación de la ciudadanía, vean ahora amenazados sus privilegios y reaccionan airadamente ante la irrupción de nuevas prácticas políticas que no comprenden ni quieren entender, ya que los expone como parte de un anquilosado sistema política que no responde a las necesidades de una población que demanda mayores grados de libertad.
Los que pretenden conservar las viejas recetas han quedado fuera de foco. Ya está probado, lamentablemente, que la vieja fórmula estatista/intervencionista no es una opción viable.

La mayoría de los ciudadanos se han manifestado por un cambio de paradigma. Si pretendemos progresar haciendo lo mismo que provocó la compleja situación en la que estamos, lo más probable es que no solo no solucionemos el problema, sino que lo profundicemos.
Si queremos darle sentido a esta fecha patria, tomemos el ejemplo de aquellos que se decidieron a cambiar el rumbo como lo hicieron los hombres de mayo. La Nación se construye todos los días, si vamos a celebrar la revolución de mayo, recordemos que, precisamente, el término revolución implica cambio radical.
Es hora de dejar conceptos del pasado en los que el estado marque nuestra agenda y entrar en una etapa en la que libertad individual sea la que guíe nuestro destino. Este cambio de paradigma no es sencillo, pero tampoco fue sencillo para nuestros próceres de mayo tomar la decisión de enfrentarse a la monarquía española que llevaba casi 300 años gobernando las colonias americanas y, sin embargo, lo hicieron y por ello hoy recordamos aquella gesta.

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