
El lado más íntimo del papa Francisco: la familia que lo acompañó hasta el final
Sus primas en Italia y su hermana en Argentina mantuvieron una cercanía inquebrantable con el pontífice
Incluso desde el Vaticano, el papa Francisco no perdió el contacto con sus raíces. Jorge Mario Bergoglio mantuvo una fuerte conexión con su familia, tanto en Argentina como en Italia, hasta los últimos días de su vida.
A los 88 años, el pontífice falleció, dejando tras de sí no solo una huella espiritual, sino también un vacío personal en sus seres queridos. Carla Rabezzana, su prima de 93 años que vive en Portacomaro, recordó su última conversación con él. “Le dije que tenía un pie roto y me respondió: ‘Menos mal que no te has roto la cabeza’”, relató entre lágrimas. A lo largo de los años, siempre lo llamó “Giorgio”.
De Portacomaro a Roma: un lazo familiar intacto
Portacomaro, en la provincia de Asti, fue el punto de partida de los abuelos del papa en 1929, rumbo a Argentina. Desde allí, Carla conservó con él una relación directa y afectuosa. A pesar del paso del tiempo y de su papel como sumo pontífice, las llamadas, bromas y consejos no cesaron. “Cuídate”, fueron sus últimas palabras en su charla más reciente.

El último encuentro en persona entre ambos tuvo lugar en 2022, durante un almuerzo privado en Asti, con motivo del 90º cumpleaños de Carla. No hubo actos protocolares, solo una reunión familiar donde otra prima, Nella Bergoglio, cocinó platos tradicionales piamonteses.
Nella, residente en Peveragno, también mantuvo el vínculo hasta el final. “Le escribí hace una semana para desearle su recuperación. Me respondió con un abrazo”, recordó.
Ambas primas descubrieron su parentesco con el pontífice en 2001, gracias a Don Capra, párroco de Portacomaro. A partir de entonces, lo visitaban dos veces al año, en primavera y antes de Navidad. “Le llevábamos un pedacito de casa”, dijo Nella, quien lo vio por última vez en enero, en una audiencia con la Associazione Cuochi della Granda. “Estaba sereno y sonriente. Me pidió bagna cauda, si la cocinaba”, comentó.
Una hermana presente a pesar de la distancia
La presencia más constante en su vida fue la de su hermana menor, María Elena, la única sobreviviente de sus cinco hermanos. Nacida en Buenos Aires en 1948, tuvo con él una relación profunda. “Después de la muerte de nuestro padre, él fue como un papá para mí”, confesó a Famiglia Cristiana.

En su juventud, Jorge era el hermano mayor que jugaba al fútbol, estudiaba y participaba en la Acción Católica. “Nunca lo vi hacer enojar a nuestros padres”, recordó en una entrevista. Su vínculo se fortaleció en momentos difíciles, como cuando María Elena atravesó un divorcio o sufrió un ictus. En ambas ocasiones, el papa la acompañó incondicionalmente, llamándola todos los días durante su recuperación.
Aunque por razones de salud nunca pudo visitarlo en Italia, las conversaciones eran frecuentes. “Siempre me hacía reír y me brindaba apoyo”, dijo. Criados en una casa modesta del barrio de Flores, en Buenos Aires, vivieron una infancia sencilla pero digna. “Los domingos íbamos a misa y almorzábamos en familia”, evocó.
Actualmente, María Elena continúa viviendo en Argentina junto a sus dos hijos, Jorge y José. El mayor lleva el nombre de su tío, en honor a quien, aún como papa, jamás dejó de ser simplemente “Giorgio” para sus seres queridos.
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