El 14 de abril: orientalidad o democracia
El acto patriótico del 14 de abril que se realiza anualmente tiene su relevancia.
Por: Cnel. (r) José Carlos Araújo
Organizado por la Comisión Perma- nente de Homenaje, con el apoyo de otras instituciones, se realizó
este año el tradicional acto del 14 de abril.
Este fue originalmente instaurado por el Proceso Cívico Militar, gobierno de excep- ción que, sabido es, actuó bajo la antigua forma institucional de la dictadura, la cual también ejercieron o participaron de ella, en otros períodos de excepción o de gue- rra, todos nuestros principales próceres y dirigentes de los partidos políticos en la his- toria nacional, sin llegar, gracias a Dios a los caídos y a los sobrevivientes, a la del proletariado.
El acto
El acto se realizaba entonces en la Plaza de la Nacionalidad Oriental, con motivo de conmemoración y homenaje a los “caídos en la lucha contra la subversión”. Culmina- do el período de excepción y restituidos los gobiernos bajo la forma democrática, en 1985 la plaza pasó a llamarse “de la de- mocracia” y el homenaje “a los caídos en defensa de la instituciones democráticas”, hasta que en 2006 otro gobierno “demo- crático”, lo suprimió como acto oficial del Estado.
Desde entonces a la fecha se ha mantenido vigente gracias a un grupo de virtuosos compatriotas, acompañados por un puñado de fieles, hasta que este año, ante el incremento brutal de prisioneros políticos, se hizo multitudinario y retomó el interés de los medios de comunicación.
El periodista Leonardo Pereyra expresó en televisión que al único demócrata que reconoce en el acto es al ex presidente Sanguinetti, lo que provocó indignación en algunos de los presentes, que se sintieron legítimamente agraviados y se presentaron a la Justicia reclamando amparo.
El periodista y heraldo de los familiares de prisioneros políticos, Diego Flores, que se ha entregado con todos sus dones y con todo amor a su justa defensa, escribió un artículo al respecto de esta situación, titula- do “La democracia en riesgo”.
Luego de acusar a “la denominada izquier- da[para la cual]la democracia se convierte en un valor formal[...]en el abuso de la herramienta constitucional de la consulta popular, por ejemplo[para después]revi- sarlo con leyes interpretativas que los igno- ran[...]y la justicia, donde se han generado condiciones que mucho tienen que ver con el viejo Soviet”; expresa que “...la interven- ción de Pereyra es una afrenta para quie- nes estamos reclamando justicia, verdad y reconocimiento, al amparo de convicciones democráticas, tanto como para nuestros fa- miliares que expusieron sus vidas para de- fender los valores y conceptos que la Re- pública y la Democracia establecen”, así, con mayúsculas de relevancia.
No obstante, sostiene Flores que, lo que “sostiene Pereyra” (como en la novela de
Tabucchi, respecto al periodismo, la litera- tura y la verdad, durante el Estado Novo portugués, del nacionalista católico Oliveira Salazar), aunque sea falso y no respete las “dignidades y honores de aquellos que son involucrados”, y que “solo es posible entender en una actitud de mala fe[y de]manifiesta malicia”, que es según Flores “el límite para la libertad de prensa”, pero que debe establecerse únicamente a sí mismo el periodista, a pesar de todo ello: “Pereyra no debe retractarse”.
No buscan eso, lo que solicitan a “la Jus- ticia” no es una reparación de su honor mancillado, es el derecho a réplica, a decir lo suyo por el mismo medio, en el enten- dido, quizás “voltaireano”, que Pereyra, no obstante estar en el error y actuar con ma- nifiesta malicia, tiene derecho a agraviar a los demás públicamente, debido a su “mi- litancia y su condicionamiento ideológico”; quizás también sabedores que, el Poder Judicial, como institución de la democracia liberal, no hará justicia restaurativa con sus sentimientos de indignación, ni aun por su auto percepción democrática, porque el li- beralismo político, vástago del filosófico, privilegia la libertad de expresión individual y de prensa al honor, y porque no es su me- nester discernir sobre el honor, ni estable- cer ninguna norma moral de valor universal, siquiera la democracia, pese a la auténtica preocupación de Flores por los riesgos que corre.
Como lo expresa el mismísimo John Rawls: “Decidir qué juicios morales resul- tan verdaderos no es competencia del libe- ralismo político.” Este, que tiene sus fuen- tes filosóficas en el escepticismo radical respecto del valor objetivo de un principio o verdad universal, tiene como consecuencia política, reconocer únicamente el principio de autonomía de la conciencia individual y su derecho subjetivo a sostener algún valor moral.
Flores, en mi opinión, enfrenta dos proble- mas, creer, sí creer, que el error y el mal tie- nen derechos, y que los “pereyras” puedan ponerse límites a ellos mismos cuando no pueden; porque la hegemonía cultural que los domina es el relativismo posmoralista, o
dictadura del relativismo, en el cual según Lipovetsky: “La cultura de los deberes re- lativos a uno mismo ha sido sustituida por una cultura del derecho a vivir como nos da la gana”.
Esto es subversión, de cuyo origen nos ocuparemos en detalle otro día.
El periodista Federico Leicht, a quien también guardo respeto intelectual y sincero afecto, afiliado a las nuevas corrientes del libertarismo de derecha, me preguntó por qué se invitó a Mujica al acto.
Le respondí que no sabía exactamente la intención de los organizadores, pero especulé que qui- zás fue porque al haber sido jefe de Estado y ser el homenaje a los caídos en su defensa, le corresponde también a él reco- nocerlo y participar del mismo, sin entrar en otras consideraciones más elevadas y complejas.
Genio y figura, me contestó: “sabe lo que pasa Araújo, que ustedes son muy institucionales y para mí todas esas instituciones son una mierda.”
Algunas notas de su pensamiento antiinsti- tucional se manifiesta en un artículo titula- do “El pantano progresista; la orientalidad del siglo XXI”, que a nuestro parecer termi- na con una expresión más feliz: “pantano de la progresía, el Uruguay del siglo XXI”, ya que para nosotros orientalidad y urugua- yidad, como veremos más adelante, no son meramente nombres de un gentilicio, son categorías axiológicas históricamente an- tagónicas.
Sostiene Leicht: “El círculo de la represen- tación política se viene cerrando cada día un poco más. De izquierda a derecha, los que todavía creen en la democracia y vo- tan, comienzan de a poco a entender que es contra el voto mismo y la democracia por lo que están votando.”
La política ac- tual es “La forma institucionalizada mediante la que algunos hombres ejercen el poder para vivir de la producción de otros.” “Hacen uso y abuso de la necesidad de los seres humanos de congregarse en torno a algo en común; llámese patria, partido político, cuadro de fútbol o pandemia.” “El estado (sic) es el enemigo, mal que nos pese.” Ya veremos.
Eduardo Lust, profesor grado 4, miembro titular del Instituto de Derecho Constitu- cional, sostiene que: “Uruguay no es un Estado de Derecho Constitucional, es un Estado de Derecho Legal.
Mediante innu- merables leyes[...]se ha desplazado a la Constitución.” Asimismo sostiene, junto a Aguirre Ramírez, que se ha desconocido la jerarquía jurídica de los plebiscitos, que convierten en constitucional cualquier ley y que por lo cual, la ley de caducidad, la más legítima de la historia, no se puede declarar inconstitucional, ni derogar, ni interpretar, después que se ha expedido directamen- te el pueblo, supuestamente soberano y máximo constituyente.
Entonces, las ideas antes expresadas y a la vista del reciente, absurdo, disparatado y obligatorio referéndum sobre 135 normas que la inmensa mayoría no leyó (Juan Mar- tín Posadas afirmó en El País: “La gente[medio millón que no votó, votó en blanco o anulado]sintió que este referéndum era, más que un mamarracho, una inmorali- dad.”), mientras los convocantes y todo el sistema político y jurídico desconocen olím- picamente la tan mentada soberanía popu- lar en las dos idénticas consultas anterio- res en que se ratificó la ley de caducidad, y a su vez la propia existencia de prisione- ros políticos en democracia, por combatir al totalitarismo revolucionario cumpliendo órdenes de las autoridades democráticas, por declaración de Estado de Guerra Inter- no o Ley de Seguridad del Estado: ¿no nos hacen pensar en cierta sinrazón de haber muerto un 14 de abril, un 18 de mayo o un día cualquiera, en defensa de la institucio- nes democráticas?.
Entonces, siendo la Constitución y los par- tidos políticos instituciones democráticas por antonomasia: ¿no parece exorbitado e injusto ofrendar la vida por institutos artificiales y mutables al vacilar fluctuante de la suma numérica de voluntades siempre ma- nipuladas o del capricho ideológico de los partidos políticos de turno, que a su vez no las respetan?.
No obstante, respecto al juicio negativo de Leicht sobre todas las instituciones, y a cuenta de tratar el tema más extensamente en un futuro escrito, digamos que el modo de ser humano, racional y social, animal político, zoon politikón, creado en una radical indigencia al nacer y a gran distancia de su perfeccionamiento, necesita tanto de la familia en ese primer orden de genera- ción, como de la sociedad en el orden de perfección.
La comunidad política es el medio necesario para la obtención de nues- tra realización humana temporal, el bonum humanun perfectum. En este sentido, las instituciones no son fines sino medios para el mejor ser del hombre, creado para ser en relación, “condenado” si se quiere, a ser, con los demás.
Sabemos que Leicht también reconoce instituciones naturales como la familia, municipio, escuela, universidad, propiedad, profesión, nación. Y para noso- tros también el Estado Nacional, fundado por y en la fuerza del Ejército, y como au- toridad política o de gobierno, es una insti- tución natural y constatada necesaria, no contingente, a través de toda la historia de la humanidad.
La anarquía y la desaparición del Estado, que comparten en el fondo ideológico to- dos los grados de liberalismo o libertarismo con el marxismo, hijos de la Ilustración, es pura utopía, un lugar que no existe.
Las que existen naturalmente son las patrias particulares, producto de la diseminación del hombre sobre la faz de la Tierra, organiza- das en comunidad política, con un poder que es su causa eficiente, que hace que algo sea de algún modo.
Oriental es nuestro ser nacional y la identi- dad que se dieron a sí mismos los guerre- ros artiguistas, y que recogió en su nombre nuestro Estado para honrar su memoria.
Orientalidad es el nombre del ideal espiri- tual de la patria en unidad, unidad que sur- ge del orden, físico y metafísico, en comu- nidad orgánica y soberana, sobre el solar patricio, la terra patrum.
La patria se honra, como a los padres, la patria no se elige ni se sostiene en sobera- nía sobre las urnas, sino sobre las armas, físicas y metafísicas.
La patria, en orden a estos principios y al decir de Ramiro de Maeztu, se hace con gentes y con tierras que son sus elemen- tos ónticos, de su ser, condición sine qua non, pero a la patria la hace el espíritu con elementos espirituales, con la asociación de un conjunto de valores a los elementos ónticos.
Toda patria es, en suma, una encarnación, su ser se funda en el espíritu, es decir en el bien.
Pero frente al espíritu el hombre es libre, y cuando la patria se va alejando del bien común temporal, que es fundamentalmente la paz y la seguridad de que gozan los su- jetos en el ejercicio de sus derechos, pax tranquillitas ordinis, la patria va dejando de ser patria.
Al decir de Jordán Bruno Genta es el es- pacio de vida común donde se cultivan las esencias, valores y normas universales que constituyen todo el honor de la criatura humana; unidad de destino en lo universal y razón suprema para morir en su defensa.
Aunque la subversión de valores nos robe la patria, ella vive en esa cifra de eternidad que brilla en los rescoldos de su espíritu, por lo que igualmente vale morir en aras de su restauración.
Desorden es el resultado del proceso subversivo del Uruguay relativista y desacralizado, del vale todo donde entonces nada vale, donde se robaron a nuestra patria perdida.
Librar el buen combate es luchar virtuosa- mente contra esa subversión de los valores esenciales y eternos, tan orientales como universales, a los que le canta la lira de Da- vid, de Apolo, de Genta y José Antonio.
Y es la gaita del dulce vino de la tierra, como canta Péguy: “Dichosos los que han muerto por la tierra carnal, con tal que ello haya sido en una justa guerra. Dichosos los que han muerto por su trozo de tierra, dichosos los que han muerto de una muerte triunfal.”
Dar la vida por la patria es un acto supremo de amor al prójimo, a los que más nos ne- cesitan; la más cumplida imitación del Sa- crificio de la Cruz.
Y aunque Dulce et decorum est pro patria mori, con toda razón el soldado de hoy día, también puede ver que si esto han hecho con los que murieron por la democracia, como con el árbol verde que da frutos ¡que no harán con el seco!.
Pero si el árbol verde fuere cortado, aún queda de él esperanza, retoñará aún, y sus renuevos no faltarán.
Qué así sea.
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