Para la izquierda, hablar de ciertas cosas está mal
Las palabras tienen poder y, por consiguiente, lo tienen los discursos y cómo se elige enunciarlos
Ni ver, ni oír. No se puede. Está prohibido. Penado por la ley diecinueve milnosécuánto. Sí, sí, todos sabemos que hay ideas o puntos de vista que vaya uno a saber por qué, pueden resultar muy atractivos para un montón de gente.
Pero de ellos no se debe hablar. No; porque, en el caso de discutirse de manera abierta, estas posturas podrían llevar a la «gente» por el camino del mal, por el sendero de la ultra-mega-infame «extrema derecha»; y de ahí sí que no se vuelve más. Como ejemplo, voy a citar un artículo de uno de los volanteros favoritos del régimen, Camilo Salepette.
En él, dicho chupóptero busca responder a sus lectores “cómo se comportan los partidos y movimientos que, con discursos de odio, ganan cada vez más terreno dentro de las democracias modernas” (aclaración: sí, lo que leyeron, el muy ingenuo cree que vivimos en una «democracia moderna»; ¡Increíble!): “Estimado lector: no piense en un elefante. Quizás ahora, mientras lee esta introducción, haya aparecido en su mente un animal gris, con trompa, colmillos y orejas grandes.
Es lógico, las palabras tienen poder y, por consiguiente, lo tienen los discursos y cómo se elige enunciarlos. La estrategia política está llena de estas “trampitas”, las ideas se transmiten de tal o cual manera con una intención, ¿y qué pasa cuando lo que se elige transmitir tiene un trasfondo conservador, racista, homófobo o misógino? ¿Cómo esos discursos terminan calando en sociedades democráticas y generan debates en torno a temas que consideramos “superados”?
“¿Qué esconde la derecha radical?. Epidemia Ultra, un proyecto que bucea en los discursos extremistas”, de Camilo Salvetti (2023)
Me pregunto yo: ¿Qué poder tendrán estas ideas «homófobas» y «racistas» que la única forma de rebatirlas es silenciándolas? Después de todo, si son pésimas –tal y como Camilo sostiene–, ¿qué le impide enfrentarlas de frente y refutar punto por punto cada uno de sus postulados?.
Desde la buena fe, por supuesto, partiendo de la base de que sus pregoneros son tan humanos como él; después de todo, esto debería tratarse simplemente de un intercambio de ideas, y no de una persecución de carácter ideológico.
A ver, sí, entiendo que para el autor y sus pares de redacción conceptos como, por ejemplo, «Dios», «Patria» o «Familia» puedan resultar reaccionarios o pasados de moda (para mí son los ejes vertebrales de toda sociedad más o menos sana, pero allá ellos…), pero es que, por un lado, a Camilo le gusta presumir de ser una persona de mente abierta, de esos personajes que todo el tiempo intentan promover la «diversidad», la «inclusión», la «igualdad» y, sin embargo, a la vez que enarbola estos eslóganes vacíos, cultiva dentro de su entorno una homogeneidad de pensamiento Atroz. Bueno, quizás esa mentada diversidad que tanto promueve solo aplica para los fetiches y orientaciones sexuales de sus amigues, y no tanto para aquellos que pensamos distinto a él.
Y es que en el fondo, Camilo es incapaz de tolerar a alguien que no comparta su estilo de vida, o que simplemente se corra un poquito de su línea ideológica. Ni hablar si esa persona expresa en un tono polémico ideas que choquen de frente con sus prejuicios positivistas y eslóganes de moda.
No, no. Ahí ese degenerado tiene que ir preso por «incitación al odio», por ser un «facho de mierda» (por favor: fíjense en la vaguedad de estos términos, en lo canjeables que son entre sí y como siempre los progres los usan para descalificar de entrada posturas divergentes a las de ellos, nunca abordándolas desde el debate de ideas, siempre desde la descalificación más tonta).
En última instancia, creo que el problema de esta nota en particular estriba en que el autor y su entrevistado abonan sin saberlo varios de los prejuicios intelectuales de nuestra época; por ejemplo: el carácter lineal de la historia, la idea de que la partidocracia liberal posmoderna de tipo globalista (es ése el régimen de gobierno en el que vivimos, Salvetti, lo que vos llamás de manera harto liviana «democracia moderna» sería algo así como el estado que fundó Napoleón III durante la segunda mitad del siglo XIX en Francia, por ejemplo, y no el actual) es la forma final de gobierno de la humanidad –la más perfecta–, o el supuesto de que las ideas disidentes al relato hegemónico operan como parásitos en «la gente», generando una suerte de efecto contagio en sus mentes.
Y no, nada que ver. Aparte creo que la nota en sí hubiera sido mucho más interesante de haber contado con el punto de vista de alguien que efectivamente defienda esas ideas «xenófobas» y «racistas» (ideas que, cabe aclarar, están totalmente descontextualizadas respecto a nuestro marco local; por poner un ejemplo, Uruguay no tiene el problema de radicalización islámica que ahora mismo asola Francia; ergo, en última instancia el artículo tiene nula o cuanto menos escasa relevancia en un contexto como el nuestro) a las que alude el texto; así el lector podría juzgar por sí mismo y sin que el autor del artículo o el entrevistado le dén ya de entrada todo masticado. Basta de menospreciar a la gente, señores ilustrados. No necesitamos que sean precisamente ustedes quienes vengan a darnos lecciones de moral.
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