
¡Qué manera de legislar!
Imagínese usted una Suprema Corte de Justicia de la Nación integrada por personas que llegaron ahí por un sorteo.
Los políticos sin visión de Estado van por el poder así, a secas, para servirse de él y perpetuarse en él, aunque para lograrlo tengan que violentar la legalidad y adecuarla a sus ambiciones. Quedarse con el Poder Judicial es una meta grande, y para alcanzarla no se detienen en pequeñeces, ni siquiera en el elemental cuidado de la tarea legislativa.
Escondidos en los resultados de la votación pasada, en el Senado de la República se puso en operación una de las grandes aportaciones de la autollamada Cuarta Transformación: asignar posiciones relevantes mediante el “científico” método del sorteo, al que llaman insaculación.
Imagínese usted una Suprema Corte de Justicia de la Nación integrada por personas que llegaron ahí por un sorteo, no por sus capacidades, experiencia o propuestas, sino por el azar. Y peor aún, porque hoy como nunca estamos viendo que “el que hace la ley, hace la trampa”, y Morena está en condiciones de gobernar también al azar, para que favorezca sus intereses.
Las trampas de los gobernantes no son nuevas. En México siempre se han creado leyes con algún resquicio desde el cual se puede hacer lo contrario de lo que pregona la letra del ordenamiento. Pero en esta ocasión ni siquiera se han tomado la molestia de leer lo que les mandaron aprobar, y lo pasaron así, con contradicciones y errores que no pasarían ni en una república bananera.
Ya son muchas las advertencias sobre los dos años que, según la reforma, debe durar el nuevo presidente de la Corte (artículo 94), para luego ceder el puesto a otro y a otro, mientras que un artículo vecino (el 97) habla de una duración de cuatro años en el cargo. Saque usted sus conclusiones: son mil setecientos cabrones, entre diputados, senadores y funcionarios de un lado y del otro, y a nadie se le ocurrió leer nada.
Esto nos dice que quienes hicieron la reforma tampoco tenían idea de lo que los pusieron a hacer. El entonces presidente dijo “hágase”, y no sólo no se resistieron a corregirlo, sino que le dieron cuerda, aunque el país estuviese perdiendo sus estructuras básicas. Total, “al diablo con sus instituciones”.
Los que elaboraron la reforma incurrieron en aquello que era risible en estudiantes de preparatoria cuando se popularizó la digitalización: el famoso copy-paste. Agarraron pedazos de aquí y pedazos de allá, pusieron lo que “el señor” quería que dijera, sin verificar si había congruencia en lo que escribían y copiaban. Y si eso es malo por tratarse de quienes están manejando al país, llevándose muchísimo dinero legal e ilegalmente por hacerlo, peor están los señores diputados y senadores, que recibieron los mamotretos enviados desde la presidencia de la República, y en lugar de estudiarlos, analizarlos y adecentarlos, cumplieron la orden de sacarlos adelante “sin moverles ni una coma”.
Cuando los estudiosos, esos a los que desprecian y prefieren no escuchar, les señalaron los errores garrafales, salieron con la grandiosa novedad de que van “a reformar la reforma”.
No es la primera vez que incurren en una barbaridad. Hace pocos meses, tuvieron que reformar nada menos que la fecha de cambio de legislatura, porque en su prisa por complacer al jefe, generaron una potencial crisis constitucional al empalmar las cámaras entrantes con las salientes.
Adán Augusto, el controlador de los senadores, siempre ha sido un grillo que, al calor del gobierno, ha hecho negocios y que ascendió a la sombra de su amigo hasta creerse presidenciable. No se puede esperar otra cosa de él. Pero Ricardo Monreal, quien pastorea a los diputados federales y presume de maestro constitucionalista, no demuestra más que ser un matraquero de cualquier cosa que le ordenen hacer.
Por eso, Porfirio Muñoz Ledo, uno de los suyos (con la diferencia de que él sí leía), les reclamó sus acciones y actitudes con una frase que ya es inmortal: “¡Qué manera de legislar!”. Cuando lo dijo, como ya habrá adivinado, lo acusaron de entreguista y neoliberal, aunque haya sido uno de los que les abrió el camino al poder.
Por eso, y porque legislan con las patas, los mandó a ofender a su progenitora.
Más que curioso, es lamentable que estos señores se digan transformadores de la nación, cuando lo único que son es una borregada que va hacia donde le ordenan, en una cargada infame. ¡Qué hueva de sistema!
Por Francisco Chiquete.