
El golpe blando del Senado: cómo la casta se sacó de encima a un juez independiente
El 4 de abril, en una votación cargada de cinismo, el Senado rechazó su designación con 51 votos en contra.
Mientras Argentina atraviesa una de las transformaciones más profundas de su historia reciente, con un Presidente que llegó al poder para barrer con los privilegios de la casta política, el Senado de la Nación —refugio de dinosaurios políticos, punteros reciclados y operadores judiciales— acaba de consumar un golpe blando contra el intento más audaz de reformar la Corte Suprema en décadas. La víctima: el jurista Manuel García-Mansilla, un hombre probo, constitucionalista intachable y, sobre todo, incorruptible.
Javier Milei, en una jugada de alto voltaje político y jurídico, lo designó el 25 de febrero como ministro de la Corte Suprema mediante el decreto 197/2025, basándose en el artículo 99 inciso 4 de la Constitución Nacional, que establece que el Presidente “nombra a los jueces de la Corte Suprema con acuerdo del Senado”.
El procedimiento, como es habitual, no implica que el Senado deba anticiparse a la propuesta, sino que debe luego avalar o rechazar al candidato propuesto. Y eso fue exactamente lo que hizo Milei: propuso un nombre, no impuso nada.
La reacción no se hizo esperar. Los operadores judiciales disfrazados de senadores se abalanzaron sobre la oportunidad de convertir un acto constitucional en un escándalo político. Hablaron de “inconstitucionalidad”, de “autoritarismo”, e incluso de “avasallamiento republicano”, como si proponer un candidato fuera una herejía.

La misma clase política que durante décadas miró para otro lado cuando gobiernos de su signo metían jueces por la ventana, hoy se rasga las vestiduras porque un libertario osó tocar los hilos podridos del poder judicial.
El 4 de abril, en una votación cargada de cinismo, el Senado rechazó su designación con 51 votos en contra. Lo hicieron sin argumentos jurídicos sólidos, sólo con el miedo a que un juez independiente —no negociado, no apadrinado, no condicionado— llegara a la Corte y comenzara a barrer con las telarañas de impunidad que sostienen el andamiaje de poder real en la Argentina.
García-Mansilla, fiel a sus principios y su dignidad profesional, presentó su renuncia indeclinable el 7 de abril. En su carta dirigida al presidente Milei, dejó en claro que no estaba dispuesto a someterse a un sistema que castiga al mérito y premia la obsecuencia. Acusó al Senado de trabar deliberadamente el funcionamiento de la Corte al negarse a llenar las vacantes con jueces idóneos, y de jugar a la especulación política con la Justicia.
¿Quién le teme a un juez independiente?
La respuesta es sencilla: la casta. A Milei no le bloquearon a García-Mansilla por falta de idoneidad (lo cual sería absurdo, dado que es uno de los constitucionalistas más reconocidos del país), sino porque no era funcional al sistema de prebendas y complicidades que reina en Tribunales.
Un juez que no responde a ningún bloque, que no debe favores, que no cena con senadores ni pacta con gobernadores, es una amenaza para el “equilibrio” de impunidad que han construido entre la política, el poder judicial y ciertos medios de comunicación.
Los que acusan al presidente de actuar “fuera de la Constitución” olvidan que el artículo 99 inciso 19 le permite también llenar vacantes provisorias en los distintos poderes del Estado “durante el receso del Senado” o en casos de necesidad y urgencia.
Más aún, el Decreto 222/2003 —dictado por el kirchnerismo— estableció un mecanismo transparente para la nominación de jueces, que Milei respetó escrupulosamente: publicación del nombre, período de impugnaciones, revisión de antecedentes, y propuesta formal al Senado. Todo fue hecho según las reglas.
El problema es otro: Milei no negoció con los que viven de negociar. No fue al despacho de Pichetto, ni pidió permiso a Cristina, ni entregó ministerios a cambio de votos. Propuso un juez por convicción, no por cálculo. Y eso, para la casta, es imperdonable.

La Corte Suprema: bastión de privilegios y sentencias acomodadas
El rechazo a García-Mansilla es sólo la punta del iceberg. Lo que está en juego es mucho más profundo: es el control del Poder Judicial en un momento en que la clase política está más vulnerable que nunca. Con causas judiciales abiertas, con escándalos de corrupción sin resolver, con pactos oscuros enterrados en los archivos de Comodoro Py, la Corte Suprema es el último dique de contención de los que no quieren rendir cuentas.
Hoy la Corte opera con tres miembros activos, cuando la Constitución establece que debe tener cinco. Esa anomalía, tolerada por todos los gobiernos desde hace años, le permite a ciertos jueces tener un poder de veto casi absoluto. Dos votos bastan para decidir el destino de causas que afectan a millones de argentinos. ¿Quién decide entonces? ¿Los representantes del pueblo o dos hombres en un cuarto cerrado?
García-Mansilla venía a romper esa lógica. Con su incorporación, la Corte podría haber vuelto a dictar fallos con mayoría diversa, con discusión doctrinaria, con legitimidad republicana. Pero no: prefirieron mantener el statu quo, con una Corte disminuida, manipulable y cómoda para todos.
Milei no se rinde: la batalla por una Justicia sin operadores sigue viva
El Presidente ya lo dejó claro: su compromiso con la República no se negocia. La designación de García-Mansilla fue un primer intento de devolverle dignidad y seriedad a la Corte Suprema. Fue un mensaje para los jueces honestos que aún resisten en el sistema, para los ciudadanos que exigen Justicia sin militancia, y para la casta que todavía cree que puede manejar el país desde las sombras.
Que el Senado haya rechazado al mejor candidato no significa que Milei haya sido derrotado. Todo lo contrario: quedó expuesto quién es quién. Quedó claro quién defiende privilegios y quién representa el cambio. Quedó claro que hay un Presidente que no vino a ser funcional, sino a romper las cadenas del pacto de impunidad.
La renuncia de García-Mansilla no es una derrota, es una advertencia. Aún hay tiempo de reparar la República, pero no será con los mismos de siempre. Será con coraje, con verdad y con convicción. Milei ya eligió ese camino. Y millones de argentinos lo acompañan.
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