Una silueta de una persona empujando una gran roca cuesta arriba, con un saco de dinero dibujado en la roca.
OPINIÓN

Día de la liberación fiscal

Cuando pagar impuestos se parece más a un secuestro que a un contrato social.

LIBERACIÓN FISCAL

Este 22 de mayo es el día libre de impuestos en Uruguay. La fecha del año en la que dejamos de trabajar para pagar impuestos y lo hacemos, ahora sí, para nuestro beneficio. Casi medio año trabajando para financiar la fiesta del gasto público, porque cada vez que se pide más presupuesto para algo, esa exigencia redunda en impuestos futuros. Porque no hay almuerzo gratis, no existen las cosas gratis, alguien siempre paga la cuenta. Y esos somos los nabos de siempre.

Uruguay es un país que se ha acostumbrado a vivir por encima de sus posibilidades, así vivimos desde hace décadas, gastando más de lo que generamos. Ese gasto irresponsable, que atraviesa a todos los partidos que han estado en el gobierno, solo se puede financiar de tres formas: con más impuestos, con endeudamiento (que termina traduciéndose en impuestos futuros) y, cuando ya no es posible este último, con emisión monetaria, que como ha quedado demostrado a la luz de la experiencia en la Argentina y ya no debería ser objeto de discusión alguna, genera inflación.

Ese gasto además, tiene un componente antidemocrático e inmoral, puesto que traslada la cuenta a generaciones futuras, que no han nacido y que tampoco participaron del proceso electoral que colocó a los gobernantes que tomaron esa decisión.

En 1798, Thomas Jefferson en una carta dirigida a John Taylor, relata la impresión que en su momento tuvo al leer la flamante constitución norteamericana, cuando era embajador en París: “Desearía que fuera posible introducir una enmienda a nuestra Constitución (...) quiero decir, un artículo adicional por el que se saque del gobierno federal el poder de endeudarse”.

Una calculadora, monedas, un portapapeles y una casa en miniatura sobre una mesa de madera.
Cálculo fiscal | Redacción
 

→ Los dueños del Estado solidario

El Estado gasta de la peor manera que pueda existir: la plata de otros, en otros. No hay ningún incentivo a la eficiencia. Por ello, es una contradicción en los términos hablar del “gasto público eficiente” o decir “hay que hacer más eficiente la gestión”. Es un imposible, aun cuando el poder lo detentaran las personas mejor intencionadas.

Dice el Profesor Huerta de Soto que “no le voy a pedir al esclavo que se rebele si es que rebelándose va a recibir azotes”, es decir, a pesar de la coyuntura esclavista en la que vivimos —puesto que somos esclavos tributarios— no se recomienda el no pagar impuestos, porque inmediatamente tendríamos la orden de detención en puerta. Por el contrario, afirmamos que cada uno de nosotros sea muy escrupuloso en el pago de sus tributos, eso sí: cuando paguemos, seamos conscientes de que somos esclavos.

Dos personas con togas académicas se abrazan frente a una bandera de Argentina mientras un fotógrafo captura el momento.
Huerta de Soto y Milei fundidos en un abrazo | Redacción
 

Es absolutamente necesario recorrer el camino de achicar el gasto público. Cada impuesto que se pone, constituye un verdadero atentado contra los más pobres, puesto que se extrae riqueza del sector privado —el único que la produce— para destinarlo en lo que el burócrata de turno mejor considere, generando distorsiones en el sistema de precios.

El Estado no genera riqueza, se sirve de la riqueza que crean otros. Cada acción de los gobernantes deja una estela de destrucción de capital en el camino. Esa destrucción de capital impide el ahorro, y sin ahorro no hay inversión, sin inversión no hay aumento de capital, sin aumento de capital no hay productividad, y sin productividad no hay salarios ni empleo digno.

Es imperioso entonces pensar en alternativas. Una de ellas es el proyecto reflotado por la Asociación de Liberales del Uruguay, que tiene por objeto establecer una gran zona franca en todo el territorio al norte del Río Negro.

Si en lugar de cerrar las fronteras para proteger y perpetuar la pobreza, un país se abre al comercio internacional, puede poner a su gente al nivel de los más avanzados del mundo. Es una cuestión de marcos institucionales, que son la clave de la prosperidad de las naciones.

→ Lección que no vemos: industria nacional y pobreza estructural

¿A quién protegemos con los aranceles de importación? ¿Qué es eso de “proteger la industria nacional”? Pues bien, ello es una verdadera desprotección a los consumidores, a la gente de a pie, a quien se la criminaliza por querer comprar en otro lugar más barato, lo que necesita.

La medida tendría un impacto extraordinario. El salario real crecería, por el solo hecho de que pasaría a rendir más. No solo por ello: cualquier productor rural, por ejemplo, podría importar desde el exterior a arancel cero la máquina de riego que necesita. Eso aumentaría el capital acumulado, la productividad, los salarios y las oportunidades de empleo.

De igual manera, el turismo se vería beneficiado en el norte, puesto que sería ahora atractivo desde el punto de vista de los precios. Con la medida propuesta ingresarían al norte del país todo tipo de mercaderías procedentes de cualquier parte del mundo, revirtiendo la situación del comercio.

Incluso desde el punto de vista fiscal sería saludable la medida. Los consumidores del norte dejarán de adquirir mercaderías del otro lado de la frontera pagando impuestos ajenos, para hacerlo acá. Será la verdadera rebelión de Atlas.

Mientras tanto, en el sur, seguirán con sus protecciones, regulaciones, sus agendas de derechos y sus correcciones políticas. Pero al cabo de unos pocos años, Uruguay dejará de ser un embudo y ya no será necesario “morir en la capital”, como cantaba Pablo Estramín. Ahora será al revés, porque la realidad siempre se inclina ante la Libertad.

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