
Sobre la ONU, Milei me dio la razón
Derecho de réplica a Roque García.
El periodismo describe la realidad de forma más o menos objetiva y deja que el lector decida qué pensar. Sin embargo, en una nota reciente que me alude, publicaron algo que si uno lo lee con atención termina dándome la razón. Y lo hace, curiosamente, citando a Javier Milei.
Permítame, estimado lector, un breve racconto.
En la red social X, que se ha vuelto un foro natural de debate político, tuve el gusto de intercambiar opiniones con Esteban Queimada sobre el rol de la ONU. Mi posición fue, desde el inicio, exactamente la misma que hoy expresa Javier Milei. La tenía incluso antes de escuchársela a él, porque es una posición lógica.
La ONU es una organización necesaria, e incluso imprescindible. Ha contribuido a que la humanidad transite, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, un período de paz y prosperidad raramente visto en la historia. Sí, aunque algunos se empeñen en negarlo, vivimos en una era inusualmente pacífica.
Ahora bien, también es cierto que la ONU, en muchos aspectos, ha sido colonizada por la agenda woke, sobre todo desde que ese sesgo ideológico se instaló fuertemente en las universidades norteamericanas. Hoy, la estructura operativa de la ONU está compuesta en un 90% por diplomáticos de carrera que repiten lo que viene dictado desde ciertos centros de poder global.
Pero como dice el refrán: la culpa no es del chancho, sino de quien le rasca el lomo.
Países como Suiza, Arabia Saudita o Israel hacen caso omiso a las recomendaciones ideológicas de la ONU. ¿Por qué? Porque tienen una política exterior sólida y una economía robusta. Ignoran lo que no les conviene. Así de simple.
Cuando Esteban —o cualquiera— dispara contra “la ONU”, me parece que en realidad está eximiendo de responsabilidad a los actores locales. Fueron gobiernos uruguayos —de todos los signos— los que eligieron seguir esas directrices, muchas veces a cambio de financiamiento, otras por falta de visión estratégica.
Eso ocurre, entre otras razones, porque muchos organismos de crédito internacional —presionados por el mundo woke— condicionan sus préstamos a la adopción de ciertas políticas. Los países que no necesitan esa plata, no se subordinan. Así funciona.
No se puede meter “a toda la ONU” en la misma bolsa. Esa clase de generalizaciones simplifica un asunto complejo. Y, además, desconoce el trabajo de miles de personas —civiles y militares— que marcan una diferencia real en la vida de millones.
Yo lo vi con mis propios ojos: decenas de miles de personas votando por primera vez gracias a misiones de la ONU. Vi planes alimentarios que daban de comer a familias enteras todos los días. Fui parte, junto a compañeros, de operaciones en las que los cascos azules lograron frenar genocidios. Eso pasa. Sucede cada día.
Bastardear ese esfuerzo es un error grave. Tal vez lo aplauda algún indignado de escritorio, pero difícilmente lo haga quien haya visto de cerca la realidad del mundo más duro —o cualquiera de los cientos de compatriotas que sirvieron con orgullo en esas misiones.
Agustín Laje, en La batalla cultural, sostiene que la nueva derecha debe construirse sobre una alianza entre libertarios y conservadores. Esa alianza solo es posible si se basa en el respeto mutuo.
Hasta ahí, el debate público, que tanto nutre la agenda política. Ahora, permítanme unas palabras sobre el artículo en cuestión.
El título es un disparate: nadie “cruza” a nadie en X. Nadie ha ganado jamás un debate en esa red social. Pero lo más llamativo —y trágico, desde el punto de vista del rigor— es que al final del artículo citan a Milei diciendo exactamente lo mismo que yo dije. No lo que dijo Esteban.
Es cierto: tuve una derrota electoral. Como también es cierto que todos los que votaron anulado o en blanco, en los hechos, ayudaron a sentar un edil más del Frente Amplio en la Junta Departamental. No existe la “silla vacía” en la democracia uruguaya.Votar en blanco o anulado fue, en los hechos, votar a Bergara.
Alguien me dijo hace poco que lo nuestro fue una derrota electoral, pero una victoria política. Puede ser. En mi caso, creo que esa credibilidad se construye con precisión, sin exagerar.
No son 197 los desaparecidos. Son 32. Pero tampoco son cero.La verdad, aunque duela, está ahí. Y yo no la voy a negar ni a acomodar.
Con la ONU pasa algo similar. Un 80% de su trabajo es valioso; un 20% es pernicioso. El problema no es tanto lo que dice, sino cuánto dependemos de su aprobación.
Atacar a la ONU en bloque es una forma de eximir a los políticos uruguayos que van a golpear su puerta. Con esa lógica, la ONU es la mala y ellos no tienen otra opción. Pero no es así. Los responsables son los uruguayos. Somos nosotros. Y está en nosotros cambiar.
Yo ya elegí un camino: el de defender la soberanía y la libertad del Uruguay. Y para correrme a ponchazos van a necesitar más que una catarata de panfletos —sobre todo cuando se contradicen entre sí.
Porque en lo personal, no tengo dobleces: soy liberal en lo económico, conservador en lo social y artiguista en lo profundo, es decir, soberanista siempre.
Y Milei, con sus palabras, no hizo más que darme la razón.
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